jueves, 4 de septiembre de 2014

Abandonó el Padre a su hijo en la cruz?

Jesús pronunció en la cruz exactamente las mismas palabras que encontramos en el Salmo 22:1: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” (Mr. 15:34). Estas palabras han acarreado a través del tiempo un enigma difícil de explicar para los cristianos.

La explicación tradicional que leemos en muchos comentarios, dice que en esta única ocasión hubo una separación entre las dos primeras personas de la Trinidad, el Padre y el Hijo. La interpretación dice que debido a que Jesús “se hizo pecado” (2 Co. 5:21) el Padre no pudo ni mirarlo, y por lo tanto “abandonó” al Hijo. Habacuc 1:13 sirve de apoyo para esta interpretación: “Muy limpio eres de ojos para ver el mal, ni puedes ver el agravio”. Esta interpretación busca enfatizar el gran sacrificio al que estuvo dispuesto Jesús por amor a nosotros, aún llegando a sufrir la separación con el Padre.

Reconocemos que la explicación es bien intencionada y que ha originado a partir de ella grandes sermones durante la historia, pero francamente, pensamos que sus derivaciones pueden tener matices heréticos, ya que se abre la puerta para que alguien diga que es una negación de la creencia en un Dios eterno e indivisible (Mr. 12:29).

Primero que todo, la referencia a Habacuc 1:13 no se puede tomar literalmente como que Dios voltea su rostro cuando ve el pecado. Si eso fuera cierto Dios prácticamente viviría “de espaldas” a nosotros, ya que todos hemos pecado y estamos destituidos de la gloria de Dios (Ro. 3:23). El Salmo 90:8 dice: “Pusiste nuestras maldades delante de ti, nuestros yerros a la luz de tu rostro”. Génesis 6:5 dice que Dios vio que la maldad de los hombres era mucha sobre la tierra. En virtud de esto, podemos decir que Habacuc 1:13 simplemente establece que Dios no puede mirar el pecado con agrado, no significa que Dios no pueda posar su vista sobre él. Si el Padre no puede mirar el pecado, podríamos llevar esto hasta lo absurdo diciendo que Jesús es mucho más compasivo que el Padre, o tiene “mejor estómago” que el Padre, porque vino a vivir entre pecadores.

Segundo, la alusión a que Jesucristo “se hizo” pecado (2 Co. 5:21) no significa que literalmente se convirtió en pecado. De hecho, el pecado en su esencia es abstracto, nadie puede convertirse en pecado, de la misma forma que nadie puede ser convertido en amor, o en odio, o en luz. Cuando la Biblia dice que Jesús fue hecho pecado significa que la sentencia judicial del pecado del mundo recayó sobre él. Recordemos que otra razón por la que Cristo no pudo “ser pecado” en la cruz es que la Escritura dice que él fue “sin pecado” (He. 4:15). Pedro le llama “un cordero sin mancha y sin contaminación” (1 P. 1:19). Jesucristo dijo en Juan 9:5: “En tanto que estoy en el mundo, luz soy del mundo.” Suponer que Jesús fue “tinieblas” durante el tiempo que estuvo en la cruz no es bíblicamente correcto.

Tercero, no tiene ningún sentido y es contra la naturaleza de Dios el abandonar al Hijo, el cual fue obediente hasta la muerte (Fil. 2:8). ¿Podría el Padre pagar con abandono o rechazo al Hijo que siempre hace lo que a El le agrada? Isaías 42:1 registra las palabras de Dios refiriéndose a Jesús como aquel “en quien se agrada mi alma”. El concepto es repetido en Mateo 12:18. Además, Jesucristo mismo afirma que el Padre nunca le deja solo: “Porque el que me envió, conmigo está: no me ha dejado solo el Padre, porque yo hago siempre lo que le agrada” (Jn. 8:29). ¿Sería lógico suponer que Jesucristo en la cruz no estaba haciendo lo que agrada al Padre? Además, las palabras de Cristo en Juan 16:32 también parecen oponerse categóricamente a la noción de que el Padre le abandonó en la cruz. Hablando precisamente en el contexto de su muerte cercana, Jesús dice: “He aquí viene la hora, y ha venido ya, en que seréis esparcidos cada uno por su lado, y me dejaréis solo; mas no estoy solo, porque el Padre está conmigo”. Porque Jesucristo fue siempre obediente e hizo siempre lo que agrada al Padre, es que Pablo, inspirado por el Espíritu Santo dice que Cristo cuando se entregó por nosotros, fue “ofrenda y sacrificio a Dios en olor fragante” (Ef. 5:2).

Cuarto, Jesús sabía muy bien que el Padre no lo rechazaría; el mismo Salmo 22, que es un salmo mesiánico, dice en el v. 22: “Porque no menospreció ni abominó la aflicción del afligido, ni de él escondió su rostro; sino que cuando clamó a él, le oyó”.

Quinto, recordemos que Jesucristo siempre conservó su Deidad a pesar de tener también una naturaleza humana. Las dos naturalezas se conjugaron en su persona. Uno de los atributos de la Deidad es que contiene en sí tres personas (no en el sentido que nosotros entendemos por persona) pero conserva su indivisibilidad. En un sentido, la separación de una persona de la Trinidad de otra es virtualmente imposible en virtud de que comparten la misma esencia o mismo ser. “Las personas de la deidad son mutualmente inclusivas, hay una existencia mutua de cada una en las otras” (A.S. Peak, Christianity — Su naturaleza y su Verdad, p. 99). En términos teológicos, esto es llamado “pericoresis” en griego y “circumincessio” en latín. Estas palabras significan “interpenetración mutua”, y es la forma en que las personas de la Trinidad se relacionan entre ellas. El término describe una “comunidad de ser”, cada persona conservando su identidad distintiva, “penetra” las otras y es “penetrada’ por ellas, al punto de que todas tienen una sola voluntad. En virtud de esto, la separación del Padre y el Hijo es un imposible.

Sexto, analizando el contexto de Mateo 27 vemos que las palabras de sus enemigos están cargadas de burlas e injurias desafiantes, sintetizadas en la expresión: “Si eres el Hijo de Dios, desciende de la cruz” (Mt. 27:40; ver también Mt. 27:39, 42, 43, 44, 47, 48 y 49). Algunas de las actitudes y expresiones de sus enemigos son claramente similares a lo que describe el Salmo 22, tal es así que la mayoría de las Biblias hacen la correlación con el Salmo 22 al pie de algunos de los versículos anteriormente mencionados.

Es natural, entonces, que Jesucristo desde la cruz mencione las primeras palabras del Salmo a los efectos de responder a sus enemigos, señalando así que él era el Mesías. La exclamación de Jesús no fue una expresión de su estado emocional manifestando la angustia de una separación con el Padre tal como lo enseña la interpretación tradicional.

Corresponde señalar que la forma común en que los judíos se referían a los salmos era pronunciando las primeras frases. Al citar las primeras líneas de un salmo, los judíos hacían referencia al salmo en su totalidad, ya que los salmos no estaban aún numerados en esos días. Jesucristo, al citar el Salmo 22, dirige la atención al hecho de que él estaba cumpliendo las profecías descritas en el salmo (Sal. 22:11-18); en otras palabras, está confirmando su oficio mesiánico al mismo tiempo que está siendo fiel a su función de rabino hasta el último momento. Los judíos ciertamente reconocían el Salmo 22 como un salmo mesiánico.

La noción de que las palabras de Jesús no fueron un grito de angustia expresado en un momento de crisis de fe es apoyada, además, por los siguientes puntos:

a) Si examinamos todas las frases de Jesucristo desde la cruz registradas en los evangelios, vamos a encontrarnos con alguien que está en absoluto dominio de sus facultades así como de los hechos. Esto es confirmado por frases como “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu” (Lc. 23:45), “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen” (Lc. 23:34), “De cierto te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso” (Lc. 23:43) y “Consumado es” (Jn. 19:30). La única frase de Jesús que parece no estar a tono con las demás y en primera instancia nos da la impresión de estar frente a un Jesús al borde de la desesperación, es “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?”. La explicación tradicional, al decir que aquí hubo una separación entre Jesús y el Padre, falla en no tomar en cuenta que Jesucristo estuvo en plena facultad de sus sentidos en todo momento. Una vez más, podemos decir con confianza que Jesucristo, al citar las primeras líneas del Salmo 22, estaba señalando que en él se estaban cumpliendo las profecías del Salmo 22, de la misma forma que señaló a sus discípulos después de su resurrección que era necesario que se cumplieran las cosas escritas acerca de él en los Salmos (Lc. 24:44).

b) El hecho de que Jesucristo durante su ministerio nunca usó las palabras “Dios mío” para referirse al Padre, y lo hace por primera vez estando en la cruz, es más evidencia de que Jesús está citando el Salmo y no haciendo una pregunta relacionada con la experiencia que está teniendo.

c) El Salmo 22 fue escrito por David, probablemente durante la rebelión de su hijo Absalón. El autor expresa las circunstancias que le rodean y sus sentimientos con respecto a ellas. Obviamente, el Espíritu Santo guió la composición del Salmo y dio a David en el proceso la habilidad de profetizar con respecto al Mesías. Pero como en todos los Salmos mesiánicos, no todo el contenido hace referencia a Jesús o aplica directamente a su ministerio. Es la tarea del que interpreta el discernir y deducir a través de la hermenéutica, cuales referencias corresponden al Mesías venidero y cuales no. En nuestra opinión, el versículo 1 del Salmo 22 no aplica a Jesús.

En conclusión, el Padre no rechazó al Hijo en la cruz. Pensamos que hay mucha más base bíblica para apoyar nuestra posición que la existente para la interpretación tradicional. La unión entre el Padre y El hijo es indestructible, no sólo porque ambos son Deidad, sino también por la completa unanimidad que hay entre sus voluntades, deseos, misericordia, justicia, y amor por los humanos, ejemplificada en el gran sacrificio de Cristo Jesús en la cruz.

Apologista Pablo Santomauro

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