lunes, 22 de diciembre de 2014

Existe la doble predestinación ?

Doble predestinación. Las palabras mismas suenan ominosas. Una cosa es contemplar el benévolo plan de Dios para la salvación de los elegidos. Pero, ¿qué de aquellos que no son elegidos? ¿Están también predestinados? ¿Existe un horrible decreto de reprobación? ¿Destina Dios a algunos desgraciados al infierno?

Estas cuestiones salen a colación inmediatamente tan pronto como se menciona la doble predestinación. Tales cuestiones hacen que algunos consideren el concepto de la doble predestinación como un terreno prohibido. Otros, si bien creen en la predestinación, declaran enfáticamente que creen en una predestinación simple. Esto es, si bien creen que algunos son predestinados para salvación, no ven la necesidad de suponer que otros sean igualmente predestinados para condenación. En resumen, la idea es que algunos son predestinados para salvación, pero todos tienen la oportunidad de ser salvos. Dios se asegura que algunos la alcancen proveyendo ayuda adicional, pero el resto de la humanidad aún tiene una oportunidad.

Aunque hay un fuerte sentimiento para hablar solamente de la predestinación simple y evitar cualquier discusión sobre la doble predestinación, aún debemos afrontar las cuestiones sobre la mesa. A menos que concluyamos que todo ser humano está predestinado para salvación, debemos afrontar la otra cara de la elección. Si existe en absoluto tal cosa como la predestinación, y si esa predestinación no incluye a todos, entonces no debemos rehuir la necesaria inferencia de que la predestinación tiene dos lados. No es suficiente hablar acerca de Jacob; debemos también considerar a Esaú.

Igualdad final
Existen ideas diferentes acerca de la doble predestinación. Una de ellas es tan aterradora que muchos rehúyen totalmente el término, de forma que su idea de la doctrina no se confunda con la idea temible. Esta idea se llama la igualdad final. La igualdad final se basa en un concepto de simetría. Procura un equilibrio completo entre la elección y la reprobación. La idea clave es ésta: al igual que Dios interviene en las vidas de los elegidos para crear fe en sus corazones, así también Dios interviene igualmente en las vidas de los réprobos para crear u obrar incredulidad en sus corazones. La idea de que Dios obre activamente la incredulidad en los corazones de los réprobos se deduce de afirmaciones bíblicas acerca del hecho de que Dios endurece los corazones de las perso­nas.

La igualdad final no es la idea reformada o calvinista de la predestinación. Algunos la han llamado "hiper-calvinismo". Yo prefiero llamarla "sub-calvinismo" o, mejor aún, "anti-calvinismo". Aunque el calvinismo ciertamente tiene una idea de la doble predestinación, la doble predestinación que sostiene no es la de la igualdad final.
Para entender la idea reformada acerca del asunto, debemos prestar estrecha atención a la crucial distinción entre los decretos positivos y negativos de Dios. Lo positivo tiene que ver con la intervención activa de Dios en los corazones de los elegidos. Lo negativo tiene que ver con el hecho de que Dios pasa por alto a los no elegidos. La idea reformada enseña que Dios interviene positiva o activamente en las vidas de los elegidos para asegurar su salvación. A los restantes seres humanos Dios los abandona a su libre albedrío. No crea incredulidad en sus corazones. Esa incredulidad está ya allí. No los fuerza a pecar. Pecan por elección propia.

Según la idea calvinista, el decreto de elección es positivo; el decreto de reprobación es negativo.
La idea del hiper-calvinismo acerca de la doble predestinación puede llamarse predestinación positiva-positiva. La idea del calvinismo ortodoxo puede llamarse predestinación positiva-negativa. Observémosla en forma de diagrama.

Calvinismo
Positiva-negativa
Idea asimétrica
Desigualdad final
Dios pasa por alto a los réprobos.
Hiper-calvinismo
Positiva-positiva
Idea simétrica
Igualdad final
Dios obra incredulidad en los corazones de los réprobos

El terrible error del hiper-calvinismo es que implica a Dios en forzar el pecado. Esto hace una violencia radical a la integridad del carácter de Dios. El ejemplo bíblico primario que pudiera tentarnos al hiper-calvinismo es el caso de Faraón. Repetidamente leemos en el relato del Éxodo que Dios endureció el corazón de Faraón. Dios dijo a Moisés de antemano que haría esto:

“Tu dirás todas las cosas que yo te mande, y Aarón tu hermano hablará a Faraón, para que deje ir de su tierra a los hijos de Israel. Y yo endureceré el corazón de Faraón y multiplicaré en la tierra de Egipto mis señales y mis maravillas. Y Faraón no os oirá; mas yo pondré mi mano sobre Egipto, y sacaré a mis ejércitos, mi pueblo, los hijos de Israel, de la tierra de Egipto, con grandes juicios. Y sabrán los egipcios que yo soy el Señor, cuando extienda mi mano sobre Egipto, y saque a los hijos de Israel de en medio de ellos” (Ex. 7:2-5).

La Biblia enseña claramente que Dios endureció, efectivamente, el corazón de Faraón. Ahora bien, sabemos que Dios hizo esto para su propia gloria y como señal tanto a Israel como a Egipto. Sabemos que el propósito de Dios en todo esto era un propósito redentor. Pero nos queda aún un difícil problema. Dios endureció el corazón de Faraón y después juzgó a Faraón por su pecado. ¿Cómo puede hacer Dios responsable a Faraón o a cualquier otro de un pecado que fluye de un corazón que Dios mismo ha endurecido?

Nuestra respuesta a esa pregunta depende de cómo entendemos el acto de endurecimiento por parte de Dios. ¿Cómo endureció el corazón de Faraón? La Biblia no responde a esa pregunta explícitamente. Al pensar acerca de ello, nos damos cuenta que, básicamente, sólo hay dos maneras en que podía haber endurecido el corazón de Faraón: activa o pasivamente.

Un endurecimiento activo implicaría la intervención directa de Dios en el interior del corazón de Faraón. Dios se entremetería en el corazón de Faraón y crearía nueva maldad en él. Esto ciertamente garantizaría que Faraón produciría el resultado deseado por Dios. También garantizaría que Dios es el autor del pecado.

El endurecimiento pasivo es totalmente otra historia. El endurecimiento pasivo implica un juicio divino sobre el pecado que ya está presente. Lo único que Dios necesita hacer para endurecer el corazón de una persona cuyo corazón ya es perverso es "entregarle a su pecado". Encontramos este concepto del juicio divino repetidamente en la Escritura.

¿Cómo funciona esto? Para entenderlo adecuadamente debemos considerar primero brevemente otro concepto, el de la gracia común de Dios. Esto se refiere a esa gracia de Dios que todos los hombres gozan en común. La lluvia que refresca la tierra y riega nuestras cosechas cae igualmente sobre justos e injustos. Los injustos, ciertamente, no merecen tales beneficios, pero gozan de ellos igualmente. Así ocurre con el Sol y los arco iris. Nuestro mundo es un escenario de gracia común.

Uno de los elementos más importantes de la gracia común que gozamos es el refrenamiento del mal en el mundo. Ese refrenamiento fluye de muchas fuentes. El mal es refrenado por los policías, las leyes, la opinión pública, el equilibrio de poder, etc. Aunque el mundo en que vivimos está lleno de iniquidad, no es tan inicuo como podría ser. Dios utiliza los medios mencionados anteriormente, al igual que otros medios para mantener controlado el mal. Por su gracia, controla y refrena la cantidad de maldad en este mundo. Si se dejase al mal totalmente descontrolado, entonces la vida en este planeta sería imposible.

Lo único que Dios tiene que hacer para endurecer los corazones de las personas es quitar los frenos. Les da más libertad de acción. En lugar de refrenar su libertad humana, la incrementa. Les deja seguir su propio camino. En un sentido, les da la soga con que ahorcarse. No es que Dios ponga su mano en ellos para crear nueva maldad en sus corazones; meramente, su santa mano deja de refrenarlos y les permite hacer su propia voluntad.

Si hubiéramos de determinar cuáles son los hombres más inicuos y diabólicos de la historia humana, ciertos nombres aparecerían en la lista de casi todos. Veríamos los nombres de Hitler, Nerón, Stalin y otros que han sido culpables de masacres y otras atrocidades. ¿Qué tienen esas personas en común? Fueron todos dictadores. Todos tenían, virtualmente, un poder y autoridad ilimitados dentro de la esfera de sus dominios.

¿Por qué decimos que el poder corrompe y que el poder absoluto corrompe absolutamente? (Sabemos que esto no se refiere a Dios, sino sólo al poder y la corrupción de los hombres.) El poder corrompe, precisamente, porque eleva a una persona por encima de los frenos normales que restringen al resto de nosotros. Yo soy refrenado por los conflictos de interés con personas que son tan poderosas o más poderosas que yo. Aprendemos pronto en la vida a restringir nuestra beligerancia hacia aquellos que son mayores que nosotros. Tendemos a entrar en conflictos de forma selectiva. La discreción tiende a prevalecer sobre el valor cuando nuestros oponentes son más poderosos que nosotros.

Faraón era el hombre más poderoso del mundo cuando Moisés fue a verle. Casi el único freno que había contra la iniquidad de Faraón era el santo brazo de Dios. Lo único que Dios tenía que hacer para endurecer más a Faraón era quitar su brazo. Las malvadas tendencias de Faraón hicieron el resto. En el acto del endurecimiento pasivo, Dios toma la decisión de quitar los frenos; la parte inicua del proceso es realizada por Faraón mismo. Dios no hace violencia a la voluntad de Faraón. Como hemos dicho, simplemente le da a Faraón más libertad.

Vemos el mismo tipo de cosa en el caso de Judas y de los inicuos que Dios y Satanás utilizaron para afligir a Job. Judas no fue una pobre víctima inocente de la manipulación divina. No era un hombre justo a quien Dios forzó a traicionar a Cristo y después lo castigó por la traición. Judas traicionó a Cristo porque quería treinta monedas de plata. Como declara la Escritura, Judas era el hijo de perdición desde el principio. Sin duda, Dios utiliza las malvadas tendencias y las malvadas intenciones de los hombres caídos para llevar a cabo sus propios propósitos redentores. Sin Judas no hay cruz. Sin la cruz no hay redención. Este no es un caso en que Dios fuerza la maldad. Por el contrario, es un caso glorioso del triunfo redentor de Dios sobre la maldad. Los deseos malvados de los corazones de los hombres no pueden frustrar la soberanía de Dios. En realidad, están sujetos a la misma.

Cuando estudiamos el modelo del castigo divino de los inicuos, vemos emerger una especie de justicia poética. En la escena del juicio final del libro de Apocalipsis leemos lo siguiente:
“El que es injusto, sea injusto todavía; y el que es inmundo, sea inmundo todavía; y el que es justo, practique la justicia todavía; y el que es santo, santifíquese todavía” (Ap. 22:11).

En su acto final de juicio, Dios entrega a los pecadores a sus pecados. En efecto, los abandona a sus propios deseos. Así ocurrió con Faraón. Mediante este acto de juicio, Dios no manchó su propia justicia creando nueva maldad en el corazón de Faraón. Él estableció su propia justicia castigando la maldad que ya había en Faraón. Así es como debemos entender la doble predestinación. Dios muestra misericordia a los elegidos obrando la fe en sus corazones. Él administra justicia a los réprobos dejándolos en sus propios pecados. No hay simetría aquí. Un grupo recibe misericordia. El otro grupo recibe justicia. Nadie es víctima de injusticia. Nadie puede quejarse de que haya injusticia en Dios.

Romanos 9

El pasaje más significativo en el Nuevo Testamento que tiene que ver con la doble predestinación se encuentra en Romanos 9.

“Porque la palabra de la promesa es esta: Por este tiempo vendré, y Sara tendrá un hijo. Y no sólo esto, sino también cuando Rebeca concibió de uno, de Isaac nuestro padre (pues no habían aún nacido, ni habían hecho aún ni bien ni mal, para que el propósito de Dios conforme a la elección permaneciese, no por las obras sino por el que llama), se le dijo: El mayor servirá al menor Como está escrito: A Jacob amé, mas a Esaú aborrecí.
¿Qué, pues, diremos? ¿Que hay injusticia en Dios? En ninguna manera. Pues a Moisés dice: Tendré misericordia del que yo tenga misericordia, y me compadeceré del que yo me compadezca.
Así que no depende del que quiere, ni del que corre, sino de Dios que tiene misericordia. Porque la Escritura dice a Faraón Para esto mismo te he levantado, para mostrar en ti mi poder, y para que mi nombre sea anunciado por toda la tierra. De manera que de quien quiere, tiene misericordia, y al que quiere endurecer, endurece” (Rom. 9:9-18).

En este pasaje tenemos la expresión bíblica más clara que podemos encontrar para el concepto de la doble predestinación. Se expresa sin reservas y sin ambigüedad. "De manera que de quien quiere, tiene misericordia, y al que quiere endurecer, endurece." Algunos reciben misericordia, otros reciben justicia. La decisión en cuanto a esto está en la mano de Dios.

Pablo ilustra el carácter doble de la predestinación mediante su referencia a Jacob y Esaú. Estos dos hombres eran hermanos gemelos. Estuvieron en el mismo vientre y al mismo tiempo. Uno recibió la bendición de Dios y el otro no. Uno recibió una porción especial del amor de Dios, el otro no. Esaú fue "aborrecido" por Dios.

El odio divino que aquí se menciona no es expresión de una actitud insidiosa de malicia. El odio divino no es malicioso. Implica una retención de favor. Dios está "por" aquellos a quienes ama. Vuelve su rostro contra aquellos inicuos que no son objeto de su favor redentor especial. Aquellos a quienes ama reciben su misericordia. Aquellos a quienes "aborrece" reciben su justicia. Una vez más, nadie es tratado injustamente.

¿Por qué escogió Dios a Jacob y no a Esaú? ¿Previo Dios en Jacob algún acto justo que justificaría este favor especial? ¿Observó Dios los corredores del tiempo y vio a Jacob haciendo la elección acertada y a Esaú haciendo la elección equivocada?

Si esto era lo que el apóstol se proponía enseñar, no hubiera sido difícil aclarar este punto. Aquí tenía Pablo una magnífica oportunidad de enseñar una idea de presciencia en cuanto a la predestinación, si hubiese querido. Parece extraño ciertamente que no aproveche tal oportunidad. Pero esto no es un argumento de silencio. Pablo no guarda silencio sobre el tema. Él elabora lo contrario. Enfatiza el hecho de que la decisión de Dios se tomó antes del nacimiento de estos gemelos y sin tomar en consideración sus acciones futuras.

La frase de Pablo en el versículo 11 es crucial. "Pues no habían aún nacido, ni habían hecho aún ni bien ni mal, para que el propósito de Dios conforme a la elección permaneciese, no por las obras sino por el que llama". ¿Por qué dice esto el apóstol? El acento aquí se pone claramente en la obra de Dios. Niega enfáticamente que la elección sea resultado de la obra del hombre, prevista o de cualquier otra forma. Es el propósito de Dios conforme a su elección lo que aquí se considera.

Si Pablo quería decir que la elección se basa en alguna decisión humana prevista, ¿por qué no lo dijo así? Por el contrario, declara que el decreto se hizo antes que los hijos nacieran y antes que hubieran hecho algún bien o mal. Ahora bien, concedemos que una idea de la presciencia en cuanto a la predestinación es consciente de que el decreto divino se hizo anteriormente al nacimiento. Pero esa idea insiste en que la decisión de Dios no se basó en su conocimiento de elecciones futuras. ¿Por qué no afirma esto Pablo aquí? Lo único que dice es que el decreto se hizo antes del nacimiento y antes que Jacob y Esaú hubieran hecho algún bien o mal.

Concedemos que en este pasaje Pablo no dice expresamente que la decisión de Dios no se basó en el futuro bien o mal de ellos. Pero no necesitaba decir eso. La implicación está clara a la luz de lo que sí dice. Pone el acento donde corresponde, en el propósito de Dios y no en la obra del hombre. La carga aquí está sobre aquellos que quieren añadir la noción modificadora crucial de elecciones previstas. La Biblia no la añade aquí ni en lugar alguno.

La cuestión es ésta: Si Pablo creía que la predestinación de Dios se basaba en elecciones humanas previstas, éste era el contexto en que podía expresarlo. Debemos dar un paso más. Aunque Pablo guarda silencio acerca de la cuestión de elecciones futuras aquí, no continúa haciéndolo. En el versículo 16 lo deja claro. "Así que no depende del que quiere, ni del que corre, sino de Dios que tiene misericordia." Este es el golpe de gracia al arminianismo y a todas las demás ideas no reformadas de la predestinación. Esta es la Palabra de Dios que requiere que todos los cristianos desistan de las ideas acerca de la predestinación que hacen que la decisión final para la salvación dependa de la voluntad del hombre. El apóstol declara: "No depende del que quiere". Las ideas no reformadas deben decir que depende del que quiere. Esto es una contradicción violenta de la enseñanza de la Escritura. Este versículo por sí solo es absolutamente fatal para el arminianismo.

Es nuestro deber honrar a Dios. Debemos confesar con el apóstol que nuestra elección no se basa en nuestras voluntades, sino en los propósitos de la voluntad de Dios. Pablo suscita dos preguntas retóricas en este pasaje que debemos considerar. La primera es: "¿Qué, pues, diremos? ¿Que hay injusticia en Dios?" ¿Por qué anticipa Pablo esta pregunta? Nadie suscita esa pregunta a un arminiano. Si nuestra elección se basa, en última instancia, en decisiones humanas, no hay necesidad de suscitar tal objeción.

Sin embargo, acerca de la doctrina bíblica de la predestinación sí se suscita esta pregunta. Es la predestinación basada en el propósito soberano de Dios, en su decisión sin tener en cuenta las elecciones de Jacob o Esaú, la que incita el clamor: "¡Dios no es justo!" Pero el clamor se basa en un entendimiento superficial del asunto. Es la protesta del hombre caído quejándose de que Dios no es lo suficientemente benévolo. ¿Cómo responde Pablo a la pregunta? No se da por satisfecho con decir meramente: "No, no hay injusticia en Dios." Por el contrario, su respuesta es tan enfática como le es posible hacerla. Dice: "¡En ninguna manera!"

La segunda objeción que Pablo anticipa es ésta: "Me dirás: ¿Por qué, pues, inculpa? porque ¿quién ha resistido a su voluntad?" Una vez más nos preguntamos por qué anticipa el apóstol esta objeción. Esta es otra objeción que nunca se suscita contra el arminianismo. Las ideas no reformadas de la predestinación no tienen que preocuparse acerca de afrontar preguntas como ésta. Dios, evidentemente, inculparía a aquellos que sabía que no escogerían a Cristo. Si la base final para la salvación depende del poder de la elección humana, entonces se puede achacar la culpa fácilmente, y Pablo no tendría que enfrentarse con esta objeción anticipada. Pero se enfrenta con ella porque la doctrina bíblica de la predestinación exige que se enfrente con ella. ¿Cómo responde Pablo a esta pregunta? Examinemos su respuesta:

“Mas antes, oh hombre, ¿quién eres tú, para que alterques con Dios? ¿Dirá el vaso de barro al que lo formó: ¿Por qué me has hecho así? ¿O no tiene potestad el alfarero sobre el barro, para hacer de la misma masa un vaso para honra y oír o par a deshonra? ¿Y qué, si Dios, queriendo mostrar su ira y hacer notorio su poder, soportó con mucha paciencia los vasos de ira preparados para destrucción, y para hacer notorias las riquezas de su gloria, las mostró para con los vasos de misericordia que él preparó de antemano para gloria, a los cuales también ha llamado, esto es, a nosotros, no sólo de los judíos, sino también de los gentiles?” (Ro. 9:20-24).

Esta es una respuesta de peso. Debo confesar que tengo un conflicto con ella. Mi conflicto, sin embargo, no es acerca de si este pasaje enseña la doble predestinación. Esta claro que lo hace. Mi conflicto tiene que ver con el hecho de que este texto suministra municiones a los defensores de la igualdad final. Suena a que Dios está haciendo pecadores a los hombres activamente. Pero el texto no requiere eso. Él hace vasos de ira y vasos de honra de la misma masa de barro. Pero si observamos atentamente el texto, veremos que el barro con que trabaja el alfarero es un barro "caído". Una porción de barro recibe misericordia con objeto de llegar a ser vasos de honra. Esa misericordia presupone un barro que es ya culpable. De la misma manera, Dios debe "soportar" los vasos de ira preparados para destrucción porque son vasos culpables de ira.

Una vez más, el acento en este pasaje recae en el propósito soberano de Dios, y no sobre las elecciones libres y buenas del hombre. Aquí vienen al caso las mismas suposiciones que en la primera pregunta.

La respuesta arminiana

Algunos arminianos responderán indignadamente a mi tratamiento de este texto. Están de acuerdo en que el pasaje enseña una firme idea de la soberanía divina. Su objeción tiene que ver con otro punto. Insisten en que Pablo no está ni siquiera hablando acerca de la predestinación de individuos en Romanos 9. Romanos 9 no tiene que ver con individuos sino con la elección de naciones por parte de Dios. Pablo está hablando aquí acerca de Israel como pueblo escogido de Dios. Jacob representa meramente a la nación de Israel. Su nombre mismo fue cambiado a Israel, y sus hijos llegaron a ser los padres de las doce tribus de Israel.

El hecho de que Dios favoreciera a Israel por encima de las demás naciones no se disputa. Jesús procedía de Israel. Fue de Israel de quien recibimos los Diez Mandamientos y las promesas del pacto con Abraham. Sabemos que la salvación es de los judíos.

Todo eso es cierto de Romanos 9. Debemos considerar, sin embargo, que al elegir a una nación, Dios eligió a individuos. Las naciones están formadas por individuos. Jacob era un individuo. Esaú era un individuo. Aquí vemos claramente que Dios eligió en su soberanía a individuos al igual que a una nación. Debemos apresurarnos a añadir que Pablo amplía este tratamiento de la elección más allá de Israel en el versículo 24, cuando declara: "A los cuales también ha llamado, esto es, a nosotros, no sólo de los judíos, sino también de los gentiles."

Elección incondicional

Volvamos por un momento a nuestro famoso acróstico, TULIP. Ya hemos altercado con la T y la I y lo hemos cambiado a RULEP. Si bien prefiero el término elección soberana a elección incondicional, no dañaré más el acróstico. Si lo cambiásemos a RSLEP ni siquiera rimaría con TULIP.

La elección incondicional quiere decir que nuestra elección es decidida por Dios conforme a su propósito, conforme a su voluntad soberana. No se basa en alguna condición prevista que algunos de nosotros cumpliríamos y otros no. No se basa en nuestro querer o en nuestro correr, sino en el propósito soberano de Dios.

El término elección incondicional puede despistar y ser utilizado erróneamente. En cierta ocasión conocí a un hombre que nunca había cruzado la puerta de una iglesia y que no mostraba evidencia alguna de ser cristiano. No hacía profesión de fe ni estaba implicado en actividad cristiana alguna. Me dijo que creía en la elección incondicional. Estaba confiado en que era elegido. No tenía que confiar en Cristo, no tenía que arrepentirse, no tenía que obedecer a Cristo. Declaraba ser un elegido y que eso era suficiente. No necesitaba más condiciones de salvación. Estaba, en su opinión, salvado, santificado y satisfecho.

Debemos tener cuidado de distinguir entre las condiciones que son necesarias para la salvación y las condiciones que son necesarias para la elección. Con frecuencia hablamos de la elección y la salvación como si fueran sinónimas, pero no son exactamente lo mismo. La elección es para salvación. La salvación es, en su sentido más pleno, la obra completa de la redención que Dios realiza en nosotros.

Hay toda clase de condiciones que deben ser cumplidas por alguien para ser salvo. La principal entre ellas es que debe tener fe en Cristo. La justificación es por la fe. La fe es un requisito necesario. Sin duda, la doctrina reformada de la predestinación enseña que todos los elegidos son ciertamente llevados a la fe. Dios se encarga de que se cumplan las condiciones necesarias para la salvación.

Cuando decimos que la elección es incondicional, queremos decir que el decreto original de Dios por el cual escoge a algunos para ser salvos no depende de alguna condición futura en nosotros que Dios prevé. Nada hay en nosotros que Dios pudiera prever y que le indujera a escogernos. Lo único que prevería en las vidas de criaturas caídas abandonadas a su propia suerte sería el pecado. Dios nos escoge simplemente conforme al beneplácito de su voluntad.

¿Es Dios arbitrario?

Que Dios nos escoja no por lo que encuentre en nosotros, sino conforme a su beneplácito, suscita la acusación de que esto hace a Dios arbitrario. Sugiere que Dios hace su selección de manera antojadiza o caprichosa. Parece como si nuestra elección fuese el resultado de un sorteo ciego y frívolo. Si somos elegidos, ello se debe solamente a que tenemos suerte. Dios sacó nuestros nombres de un sombrero celestial.

Ser arbitrario es hacer algo por ninguna razón. Ahora bien, está claro que no hay en nosotros razón alguna para que Dios nos escoja. Pero eso no es lo mismo que decir que Dios no tiene alguna razón en sí mismo. Dios no hace nada sin tener alguna razón para ello. No es caprichoso o antojadizo. Dios es tan sobrio como soberano.

Un sorteo depende intencionadamente del azar. Dios no obra por azar. Él sabía a quiénes seleccionaría. Conocía y amaba de antemano a sus elegidos. No fue una suerte ciega porque Dios no es ciego. Sin embargo, debemos aún insistir en que la razón decisiva para su elección no fue algo que conociera, viera o amara de antemano en nosotros.

A los calvinistas no nos gusta, en general, hablar de suerte. En lugar de desear a la gente "buena suerte", preferimos decir: "bendiciones providenciales". Sin embargo, si hubiésemos de hablar de nuestro "día de suerte", señalaríamos aquel día en la eternidad cuando Dios decidió escogernos. Volvamos nuestra atención a la enseñanza de Pablo sobre este asunto en Efesios:

“Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos bendijo con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo, según nos escogió en él antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha delante de él, en amor habiéndonos predestinado para ser adoptados hijos suyos por medio de Jesucristo, según el puro afecto de su voluntad, para alabanza de la gloria de su gracia, con la cual nos hizo aceptos en el Amado” (Ef. 1:3-6).

Según el puro afecto de su voluntad. Esta es la afirmación apostólica que parece sugerir arbitrariedad divina. Pero cuando la Biblia habla del afecto de Dios, el término no se usa con frivolidad. Aquí afecto significa simplemente "lo que agrada". Dios nos predestina según lo que le agrada. La Biblia habla del puro afecto de Dios. El puro afecto de Dios nunca debe confundirse con un afecto erróneo. Lo que agrada a Dios es la bondad. Lo que nos agrada a nosotros no siempre es la bondad. Dios nunca se deleita en la iniquidad. Nada hay de inicuo acerca del puro afecto de su voluntad. Aunque la razón para escogernos no reside en nosotros sino en el afecto soberano de Dios, podemos estar seguros de que el afecto soberano de Dios es un afecto bueno.

Recordamos también cómo instruyó el apóstol a los cristianos filipenses. Les dijo: "...ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor, porque Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad” (Fil. 2:12,13). En este pasaje, Pablo no está enseñando que la elección es una empresa conjunta entre Dios y el hombre. La elección es exclusivamente la obra de Dios. Es, como hemos visto, monergista. Pablo está hablando aquí acerca de la puesta en práctica de nuestra salvación que sigue a nuestra elección. Se está refiriendo específicamente aquí al proceso de nuestra santificación. La santificación no es monergista es sinergista. Esto es, demanda la cooperación del creyente regenerado. Somos llamados a trabajar para crecer en la gracia. Hemos de trabajar duramente, combatiendo contra el pecado hasta la sangre si es necesario, golpeando nuestros cuerpos si eso es lo que se requiere para subyugarlos.

Somos llamados a esta obra seria de la santificación por exhortación divina. La obra ha de ser llevada a cabo en un espíritu de temor y temblor. Nuestra santificación no es un asunto ocasional. No lo enfocamos de forma caballeresca, diciendo simplemente: "Eso es cosa de Dios." Dios no lo hace todo por nosotros. Tampoco, sin embargo, nos deja Dios ocuparnos en nuestra salvación por nosotros mismos, en nuestra propia fuerza. Somos consolados por su segura promesa de producir en nosotros así el querer como el hacer lo que a él le agrada.

Recientemente oí un sermón del gran predicador escocés Eric Alexander, en el cual enfatizaba que Dios está obrando en nosotros por su buena voluntad. Pablo no dice que Dios esté obrando en nosotros por nuestra buena voluntad. No siempre estamos completamente a gusto con lo que Dios está haciendo en nuestras vidas. A veces, experimentamos un conflicto entre el propósito de Dios y nuestro propio propósito. Yo nunca escojo sufrir a propósito. Sin embargo, puede estar dentro del propósito soberano de Dios que yo sufra. Él nos promete que, por su soberanía, todas las cosas obran para el bien de los que le aman y son llamados conforme a su propósito.

Mis propósitos no siempre incluyen el bien de Dios. Yo soy pecador. Afortunadamente para nosotros, Dios no es pecador. Él es totalmente justo. Sus propósitos son siempre y en todo lugar justos. Sus propósitos obran para mi bien, aun cuando sus propósitos estén en conflicto con mis propósitos. Quizá debería decir: "Especialmente, cuando sus propósitos están en conflicto con mis propósitos". Lo que le agrada a Él es bueno para mí. Esa es una de las lecciones más difíciles que los cristianos aprendan jamás.

Nuestra elección es incondicional excepto por una cosa. Hay un requisito que debemos cumplir antes que Dios nos elija jamás. Para ser elegidos, debemos primero ser pecadores. Dios no elige a los justos para salvación. No necesita elegir a los justos para salvación. Los justos no necesitan ser salvados. Sólo los pecadores necesitan un salvador. Los que están sanos no tienen necesidad de médico.

Cristo vino a buscar y a salvar a los que estaban realmente perdidos. Dios le envió al mundo no sólo para hacer posible nuestra salvación, sino para hacerla segura. Cristo no ha muerto en vano. Sus ovejas son salvadas a través de su vida impecable y su muerte expiatoria. Nada hay de arbitrario en eso.
R.C. Sproul
Escogidos por Dios

sábado, 13 de diciembre de 2014

La Soberanía de Dios (1)

 En el presente estudio examinaremos siete pasajes que representan al Padre haciendo su selección de entre los hijos de los hombres y predestinando a ciertos de ellos para ser conformados a la imagen de Su Hijo. El lector pensador naturalmente preguntará: ¿Y qué de los que no fueron designados a vida eterna?. La respuesta que normalmente se da a esta pregunta, aún por los que profesan creer lo que las Escrituras enseñan en relación con la soberanía de Dios es: Que Dios pasa por alto a los “no-elegidos“, dejándoles solos para seguir sus propios caminos y al fin los hecha al “Lago de Fuego” porque ellos rehusaron Su camino y rechazaron al Salvador. Pero esto es sólo parte de la verdad. La otra parte, la que es más ofensiva a la mente carnal, es ignorada o no aceptada.

En vista de la solemnidad del tema y del hecho de que casi todos hoy día, aún de los que profesan ser calvinistas rechazan y repudian esta doctrina, y es en vista del hecho de que este es uno de los puntos del estudio que ciertamente causará mucha controversia, sentimos que un estudio cuidadoso del tema es apropiado. Que esta rama de la soberanía de Dios es profundamente misteriosa, lo admitimos, y aún así, no hay suficiente razón por la cual la debamos rechazar. El problema es que en estos tiempos hay muchos que reciben el testimonio de Dios, sólo hasta donde ellos pueden comprenderlo. En términos claros, lo que estamos considerando es: “¿Ha predestinado Dios a ciertas personas para la condenación?“

Que muchos serán condenados eternamente está claro en las Escrituras. Que cada uno será juzgado según sus propias obras y cosechará según haya sembrado es igualmente cierto: “Porque la condenación de los tales es justa” (Rom.3:8). Lo que vamos a probar es que Dios mismo decretó que estos “no-elegidos” escogerían el camino que ahora siguen.

De lo que hemos dicho en el capítulo anterior en relación a la elección de algunos para salvación, es lógico, aún si estuviera muda la Escritura sobre este punto, que hay un rechazamiento de los otros. Cada elección, evidente y necesariamente implica un rechazo. Si hay a quienes: “Dios ha escogido desde el principio para salvación” (2Tes.2:13), entonces hay otros a quienes Dios no ha escogido para salvación. Si hay algunos que el Padre le dio a Cristo (Juan 6:37), entonces tiene que haber otros a quienes el Padre no le dio a Cristo. Si hay unos cuyos nombres están escritos en el libro de la vida del Cordero (Apoc.21:27), entonces tiene que haber otros cuyos nombres no están escritos ahí. Esto es lo que comprobaremos.

Ahora bien, todos reconocen que desde la fundación del mundo Dios preconoció y previó a todos los que recibirían a Cristo como su Salvador, así como los que no. Entonces al conceder el nacimiento de tales personas que El sabía de antemano iban a rechazar a Cristo, los creó para condenación. Dirá alguien: “No, aunque Dios previó que estos rechazarían a Cristo, El no decretó que así harían”. Esto es evitar la verdad del asunto. Dios tenía una razón definida en crear al hombre, un propósito en crear a cada individuo, y en cuanto al destino de Sus criaturas, El propuso que unos pasarían la eternidad en El Cielo y que otros la pasarían en el Lago de Fuego. Si El previó que al crear a cierta persona, dicha persona iba a despreciar y rechazar al Salvador, y aún así sabiendo esto de antemano, trajo a la existencia a tal persona, entonces es claro que El designo y ordeno a esa persona para perdición. La fe es el don de Dios y el propósito de darla solamente a algunos, envuelve el propósito de no darla a otros. Sin fe no hay salvación- “El que cree no es condenado…el que no cree es condenado” etc., entonces, si hay descendientes de Adán que no son incluidos en el propósito de darles la fe, es que ellos son apartados para condenación.

No solo son lógicas estas conclusiones, sino también la historia las confirma. Antes de la encarnación Divina, por el espacio de casi dos mil años, la vasta mayoría de la humanidad quedó sin los medios de gracia, sin oír la predicación de la Palabra de Dios y sin ninguna revelación escrita de Su Voluntad. Por largos siglos Israel era la única nación a quien Dios dio el privilegio de recibir una revelación especial de El mismo: “En las generaciones pasadas Dios permitió que todas las naciones anduvieran en sus propios caminos” (Hech.14:16). “Solamente a vosotros he conocido de todas las familias de la tierra” (Amós 3:2). Como consecuencia, todas las demás naciones estaban también destituidas de “la fe que viene por el oír” (Rom.10:17). No sólo ignoraban quien es Dios, sino que también desconocían como agradarle.

Ahora, ¿si Dios se había propuesto la salvación de ellos, no les hubiera revelado la manera de obtenerla? ¡Pero es claro que no lo hizo!.

Si la Deidad puede, siendo consistente con Su justicia, misericordia y benevolencia, negar a algunos los medios de gracia, y guardarles en ignorancia sin fe (por razón de los pecados de sus antepasados), ¿por qué debe de considerarse como incompatible con Sus perfecciones el excluir a estos de la gracia misma y de la vida eterna que viene con la gracia?, viendo que El es el Señor y soberano tanto del fin para el cual los medios existen, y de los medios que producen el fin.

¿No es evidente también en nuestros días, que hay muchos que viven en países donde el Evangelio es predicado, países llenos de iglesias, quienes mueren como extraños a Dios y a Su Santidad?. Es cierto que los medios de gracia estaban a su alcance, a la mano, pero muchos de ellos no lo supieron. Miles nacen en hogares donde les enseñan desde la infancia que todos los cristianos son hipócritas y que los predicadores son unos charlatanes. Otros aprenden desde la cuna, estando en el catolicismo romano, que el cristianismo evangélico es herejía mortal y que es peligroso leer la Biblia. Otros que nacen dentro de la religión conocida como “ciencia cristiana” no saben más del evangelio que un pagano. La gran mayoría mueren en total ignorancia del Camino de Paz. Ahora bien, ¿no estamos obligados a concluir que fue la voluntad de Dios no comunicarles la gracia?. Si hubiera sido la voluntad de Dios en el tiempo rehusarles Su gracia, tuvo que haber sido Su voluntad desde la eternidad pasada, siendo que Su voluntad tanto como Su persona, son lo mismo ayer, hoy, y por los siglos. Que no se nos olvide que la providencia son nada menos que las manifestaciones de Su decretos. Lo que Dios hace en el tiempo es lo que se propuso en la eternidad, Su voluntad es la única causa de todos Sus hechos. Es por esta razón, que vemos, que si dejó a algunos en incredulidad final, deducimos que fue su Consejo determinado hacerlo desde antes de la fundación del mundo.

La Confesión de fe de Westminster dice: “Dios, desde la eternidad, por el consejo sabio y santo de Su propia voluntad, predestinó libre e inmutablemente, todo lo que sucede”. El fallecido Sr. F.W. Grant, un estudiante meticuloso y escritor, comentó sobre estas palabras lo siguiente: “Es una divina y perfecta verdad que Dios ha ordenado para Su propia gloria, todo lo que sucede”. Ahora bien, ¿Si esto es verdad, no queda establecida la doctrina de la reprobación? ¿Qué tipo de evento, en la historia humana, ha sucedido más que este? Que hombres y mujeres pasan de este mundo a la eternidad sin esperanza, a una eternidad de sufrimiento. Si Dios ha predestinado todo lo que acontece, entonces es necesario entender que El debe haber decretado que innumerables seres humanos pasen de este mundo como perdidos para sufrir eternamente en el lago de fuego. ¿No es esta la conclusión inevitable?.

Puede ser que el lector diga, que todo esto es lógico pero que es puro intelectualismo. Bueno, queremos decir que además de lo lógico de nuestros argumentos, hay muchos pasajes en la Santa Escritura que hablan clara y definitivamente sobre este punto; pasajes que son fáciles de entender, tan fuertes que no se pueden pasar por alto. Lo que nos deja sorprendidos es que tantos hombres buenos han refutado la innegable verdad que estos pasajes enseñan.

A.W. Pink

El agujero en nuestra santidad

No hay escasez de esfuerzo o energía a medida que avanzamos en nuestras tareas –hasta que se llega a la santidad.

Tengo una preocupación creciente de que los evangélicos más jóvenes no toman en serio el llamado de la Biblia a la santidad personal. Estamos demasiado en paz con lo mundano en nuestros hogares, también a gusto con el pecado en nuestras vidas, demasiado contentos con la inmadurez espiritual en nuestras iglesias.

La misión de Dios en el mundo es salvar a un pueblo ysantificar a su pueblo. Cristo murió “para que los que viven, ya no vivan para sí, sino para aquel que murió y resucitó por ellos.” (2 Cor. 5:15) Fuimos escogidos en Cristo “antes de la fundación del mundo, para que fuéramos santos y sin mancha delante de El.” (Efesios 1:4) Cristo “Cristo amó a la iglesia y se dio a sí mismo por ella, para santificarla, habiéndola purificado por el lavamiento del agua con la palabra, a fin de presentársela a sí mismo, una iglesia en toda su gloria, sin que tenga mancha ni arruga ni cosa semejante, sino que fuera santa e inmaculada.” (Efesios 5:25-27) Cristo “para redimirnos de toda iniquidad y purificar para si un pueblo para posesión suya, celoso de buenas obras.” (Tito 2:14)

JC Ryle, el obispo de Liverpool durante el siglo XIX, tenía razón: “Nosotros debemos ser santos, porque esta es el gran fin y el propósito por el cual Cristo vino al mundo… Jesús es un Salvador completo. Él no se limita a llevar la culpa del pecado de un creyente, Él hace algo más-Él rompe su poder (1 Pedro 1:2; Rom 8:29; Ef 1:4; 2 Tim 1:9; Heb. 12:10).” Mi temor es que a medida que celebramos correctamente, y en algunos lugares a redescubrir, de todo lo que Cristo nos ha salvado,haremos pocas reflexiones y poco esfuerzo en relación con todo de lo que Cristo nos ha salvado.

La búsqueda de la santidad no ocupa el lugar en nuestros corazones de lo que debería.

Hay varias razones para el abandono relativo de la santidad personal:

1. Era muy común en el pasado equiparar la santidad con la abstención de algunas prácticas tabú como beber, fumar y bailar. En una generación anterior, la piedad significaba no hacer estas cosas. Las generaciones más jóvenes tienen poca paciencia con este tipo de reglas. O bien no están de acuerdo con las reglas, o se imaginan que tienen esas bases cubiertas por lo que no hay mucho más de qué preocuparse.

2. En relación con la primera razón está el temor de que la pasión por la santidad crea alguna especie rara de evocación de una época pasada. Tan pronto como se habla de jurar o películas o música o pudor o la pureza sexual o autocontrol o simplemente la piedad, la gente se pone nerviosa de que otros les llamarán legalista, o peor aún, un fundamentalista.

3. Vivimos en una cultura ‘cool,’ y ser ‘cool’ significa diferenciarse de los demás. Eso ha significado a menudo presionar los límites con el lenguaje, con el entretenimiento, con el alcohol, y con la moda. Por supuesto, la santidad es mucho más que estas cosas, pero en un esfuerzo por ser de moda, muchos cristianos han descubierto que la santidad no tiene nadaque ver con estas cosas. Ellos han abrazado voluntariamente la libertad cristiana, pero no la han buscado seriamente la virtud cristiana.

4. Entre los cristianos más liberales, una búsqueda radical de la santidad es a menudo sospechosa porque cualquier conversación sobre conductas correctas e incorrectas se considera crítica e intolerante. Si hemos de ser “sin mancha,” se hace necesario que distingamos entre qué tipo de actitudes, acciones y hábitos son puros y qué tipo son impuros. Este tipo de clasificación te mete en problemas con la policía del pluralismo.

5. Entre los cristianos conservadores, a veces existe la idea equivocada de que si somos verdaderamente centrados en el evangelio, no vamos a hablar de normas o imperativos o de exhortar a los cristianos al esfuerzo moral. Desde luego, hay una erupción de la enseñanza moralista por ahí, pero a veces nos vamos al otro extremo, y actuamos como si la Biblia no debería asesorar a nuestra moral en absoluto. Estamos tan ansiosos de no confundir los indicativos e imperativos (un punto que he hecho muchas veces) que si no tenemos cuidado, vamos a dejar caer los imperativos del todo. Hemos tenido miedo de palabras como diligencia, esfuerzo y obediencia. Hemos restado importancia a los versículos que nos llaman a trabajar por nuestra salvación con temor y temblor (Filipenses 2:12) o que nos mandan a limpiarnos de toda contaminación de cuerpo y espíritu (2 Cor. 7:1) o advertimos en contra incluso con una indirecta de inmoralidad entre los santos (Ef. 5:3).

Me resulta revelador que usted pueda encontrar un montón de jóvenes cristianos de hoy que están muy entusiasmados con la justicia y servir en sus comunidades. Usted puede encontrar cristianos entusiasmarse acerca del evangelismo. Usted puede encontrar gran cantidad de creyentes Generación XYZ apasionados por la teología precisa. Sí y amén a todo eso. Pero ¿dónde están los cristianos conocidos por su celo por la santidad? ¿Dónde está la pasión correspondiente por honrar a Cristo con la obediencia a Cristo? Necesitamos más líderes cristianos en nuestros campus, en nuestras ciudades, en nuestros seminarios que digan con Pablo: “tened cuidado cómo andáis.” (Efesios 5:15)

¿Cuándo fue la última vez que tomamos un versículo como Efesios 5:4 – “ni obscenidades, ni necedades, ni groserías, que no son apropiadas, sino más bien acciones de gracias,” ¿Cuándo fue la última vez que tomamos un versículo como éste, e incluso comenzamos a tratar de aplicar esto a nuestra conversación, nuestras bromas, nuestras películas, nuestros clips de YouTube, nuestra televisión y el consumo comercial?. El hecho del asunto es que si usted lee a través de las epístolas del Nuevo Testamento, se encontrará muy pocas órdenes explícitas que nos hablan de evangelizar y muy pocas órdenes explícitas que nos hablan de cuidar de los pobres en nuestras comunidades, pero hay decenas y docenas de versículos en el Nuevo Testamento que nos ordenan, de un modo u otro, a ser santos como Dios es santo (por ejemplo, 1 Pedro 1:13-16).

No quiero denigrar a cualquiera de los otros énfasis bíblicos que capturan la atención de los evangélicos más jóvenes. Pero creo que Dios quiere que seamos mucho más cuidadosos con nuestros ojos, nuestros oídos y nuestra boca. No es el pietismo, el legalismo o el fundamentalismo a tomar en serio, sino la santidad. Es el camino de todos los que han sido llamados a una vocación santa por un Dios santo.

Kevin De Young

jueves, 11 de diciembre de 2014

La apologética incompleta de "Dios no está muerto"

Una de las películas cristianas más vistas en el cine ha sido “Dios no está muerto”. Tengo comentarios positivos y negativos después de verla en el cine con otros miembros de la iglesia y después de volverla a ver en Netflix. Aunque la calidad general de la producción técnica fue buena, el guión me pareció concluir las historias con un final que no se sintió genuino ni realista. Sin embargo, la película estimula a reflexionar sobre temas importantes en la apologética. Por eso quisiera enfocarme al tema que me dejó más insatisfecho en esta película: la explicación de la existencia del mal.

En “Dios no está muerto”, un estudiante cristiano de primer año en la universidad es retado por su profesor ateo de filosofía a probarle a la clase que “Dios no está muerto”.

Sin embargo, cuando Josh Wheaton presenta su argumento contra “el arma más poderosa del ateísmo”, se queda sumamente corto al decir:

Si Dios es bueno y todopoderoso, ¿por qué permite que exista el mal? El corazón de la respuesta es muy simple: libre albedrío. Dios permite que haya maldad por el libre albedrío. Desde el punto de vista cristiano, Dios tolera la maldad en este mundo temporalmente, para que un día aquellos que eligieron amarlo libremente moren junto a él en el cielo, libres de la maldad, pero con su libre albedrío intacto. En otras palabras, la intención de Dios con respecto a la maldad es destruirla algún día.


Después de eso, entra en una discusión con su profesor sobre los absolutos morales en donde comienza a mostrar el tipo de actitud que es contraria al mandamiento de 1 Pedro 3:15 en donde se nos exhorta a presentar defensa de la esperanza que hay en nosotros “con mansedumbre”.

¿Pero es su argumento sobre la existencia del mal en el mundo adecuada? Como el debate termina con esta presentación, debemos asumir que lo es. Pero yo veo una respuesta en la Biblia que es mucho más profunda.

El hombre es libre, pero solo de hacer lo que su naturaleza lo lleva a hacer—una naturaleza pecaminosa a pecar y una naturaleza regenerada a ser guiada por el Espíritu (Rom. 8:5-10). En realidad, Dios es infinitamente más libre que el hombre. Sólo Dios define el presente por su libre voluntad.

¿Por qué existe el mal según la Biblia?

1. Porque Dios lo permite.

Aunque la Biblia dice que Adán pecó y por eso entró el mal y las consecuencias del pecado, Dios ha permitido un mundo en el que esto suceda, y él tiene la última palabra. El libre albedrío del hombre no explica porque hay terremotos, tsunamis y cáncer. Dios puede detener esas cosas, el hombre no (Mt. 10:29; 8:27; Pr. 16:33; 21:1; Lm. 3:37; Am. 3:6; Is. 46:9-10). Esto no significa que el mal se origina en Él (1 Jn. 1:5), pero sí significa que tiene el control absoluto de TODO, incluyendo a Satanás (Job 2:6-7).

2. Para que veamos la gravedad del pecado.

Nuestra cultura toma a la ligera el pecado. La única manera en que podemos comenzar a entender la gravedad de nuestra ofensa contra Dios es al ver una pequeña muestra de las consecuencias físicas como los desastres naturales, las enfermedades, el mal y la muerte. Dios sujetó la creación a vanidad (Ro. 8:20).

3. Para mostrarnos nuestra necesidad de Dios.

Cuando experimentamos lo que significa estar separados de él, comenzamos a ver lo hermoso del evangelio. Cuando vivimos la realidad de la aflicción en esta vida, comenzamos a valorar lo incomparable de la gloria eterna (Ro. 8:18). Cuando seguimos llenos de esperanza y gozo en medio de la pérdida material, mostramos el supremo valor de Cristo a un mundo que no lo valora (2 Co. 6:10).

4. Para su gloria.

Todo es para su gloria y parte del gran misterio de por qué Dios permite que exista el mal y Satanás, es porque de alguna manera todo servirá el propósito final de exaltarlo sobre todas las cosas (Ro. 11:36). Cuando Dios nos hace “más que vencedores” (Ro. 8:37), lo hace al no solo derrotar el pecado, sino al convertirlo en su esclavo para cumplir sus propósitos. Y de esa manera puede prometer con toda soberana autoridad que “todas las cosas ayudan a bien a los que a Dios aman, los que conforme a su propósito son llamados” (Ro. 8:28).

Y para concluir, podemos decir que el argumento de los ateos de que el mal, el dolor y la muerte muestran a un Dios sádico que es indiferente al sufrimiento de sus criaturas, está completamente ignorando el mismo método que Dios usó para salvarnos: el sacrificio sangriento y cruel de su Hijo (Hch. 4:27-28).

Dios no es indiferente ante la miseria que nos ha traído el pecado. De hecho, su Hijo se encarnó y experimentó cargar pecado, sufrimiento y muerte por nosotros. Si después de ver a Cristo crucificado, crees que a Dios no le importa nuestro dolor, estás negando la evidencia más grande de amor (Ro. 5:8).

Nuestro problema no es que Dios permita el mal y el sufrimiento, sino que tenemos una percepción errónea de lo que merecemos, lo que es mejor para nosotros y de nuestro propio pecado. Dios es justo ahora y también hará perfecta justicia al final. Su gloria será mejor vista y contemplada en lo que él haga y permita a lo largo de la historia. Ni tú ni yo podemos cambiar ni entender cómo funciona eso realmente (Rom. 11:33-35). Mientras, descansemos en un Dios soberano que sabe lo que hace, y que nos ha mostrado que hay sufrimiento peor que el que puedes experimentar en esta vida. Y hay placer, gozo y satisfacción mejores que los que puedes experimentar ahora (Sal. 16:11; Fil. 3:8; 2 Cor. 4:17-18).

Explícale eso a tu maestro ateo de filosofía.

Pr. Nathan Díaz

Porqué no hablo en lenguas

Es bien conocido que los bautistas no hablan en lenguas. Pero, si alguien nos pregunta, ¿por qué? debemos estar listos para contestar. Por lo tanto voy a darles algunas de las razones principales por las cuales no hablamos en lenguas.

1. Porque el propósito del don era para autenticar a los mensajeros, especialmente ante judíos incrédulos. I Corintios 14:21-22 dice “En la ley está escrito: En otras lenguas y con otros labios hablaré a este pueblo; y ni aun así me oirán, dice el Señor. Así que, las lenguas son por señal, no a los creyentes, sino a los incrédulos; pero la profecía, no a los incrédulos, sino a los creyentes”. Era una señal prometido a ellos en Isaías 28:11-12.“porque en lengua de tartamudos, y en extraña lengua hablará a este pueblo, a los cuales él dijo: Este es el reposo; dad reposo al cansado; y este es el refrigerio; mas no quisieron oír”. La señal fue útil en tres instancias en Hechos (Hechos 2, 10,19). En su uso bíblico, nunca era una lengua mística o estática.

2. La señal no era eficaz para evangelizar a los gentiles incrédulos, porque no iban a entender el significado de la lengua prometida. I Corintios 14:23 dice “Si, pues, toda la iglesia se reúne en un solo lugar, y todos hablan en lenguas, y entran indoctos o incrédulos, ¿no dirán que estáis locos?” Servía únicamente para los judíos que conocían la profecía de Isaías 28.

3. Cuando el canon de toda la revelación de Dios en el Nuevo Testamento se completó, y cuando la iglesia maduró hacía su independencia del judaísmo, el don de lenguas cesó junto con los dones de la profecía y ciencia como dice I Corintios 13:8“El amor nunca deja de ser; pero las profecías se acabarán, y cesarán las lenguas, y la ciencia acabará”.

4. Las lenguas no son una señal de madurez, ni de espiritualidad; pues, la iglesia más carnal e inmadura del Nuevo Testamento se destacó por su énfasis en las lenguas. Esta iglesia fue la más problemática para el Apóstol Pablo.

5. Las lenguas no son la señal del bautismo del Espíritu. Por ningún lado en la Biblia hay un mandamiento a ser bautizado por el Espíritu. De los siguientes versículos sabemos que cada creyente recibe el Espíritu en el momento de ser salvo: “O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros? Porque habéis sido comprados por precio; glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios” (I Corintios 6:19-20. “¿No sabéis que sois templo de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotros? Si alguno destruyere el templo de Dios, Dios le destruirá a él; porque el templo de Dios, el cual sois vosotros, santo es” (I Corintios 3:16-17).“Mas vosotros no vivís según la carne, sino según el Espíritu, si es que el Espíritu de Dios mora en vosotros. Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de él” (Romanos 8:9).

6. La Biblia da condiciones para el uso de las lenguas que no siempre se respetan en el día de hoy.

a. Tiene que haber presente uno que puede interpretar la lengua. (I Corintios 14:28).
b. No más que tres pudieron hablar así en una reunión. (I Corintios 14:27).
c. Debe ser practicado únicamente por los hombres. (I Corintios 14:34).

7. Las lenguas se mencionan en tan solo tres libros del Nuevo Testamento. Primera de Corintios es la única epístola que hace mención de lenguas. Pablo escribió doce epístolas más sin mencionar lenguas. Ni Pedro ni Juan hacen mención de lenguas. Las lenguas aparecieron brevemente en los primeros días de la iglesia a medida que la nueva Palabra de Dios se diseminaba y la iglesia se establecía. Una vez ocurrido esto, las lenguas desaparecieron.

Jorge Gardiner, un ex-pentecostal, describe los peligros potenciales y desilusiones a que se exponen los que hablan en lenguas. “Por siguiente el que busca una experiencia regresa a través del ritual una y otra vez, pero comienza a descubrir una cosa: la experiencia estática, al igual que la adicción a las drogas, requiere dosis cada vez mayores para poder satisfacer la necesidad. Algunas veces se introduce algo grotesco. He visto a gente correr en círculos dentro de un cuarto hasta quedar exhaustos, trepar postes de carpas, reír histéricamente, entrar en trances que duraron días enteros y hacer cosas horripilantes a medida que la ‘exaltación’ que se busca se vuelve más elusiva. Finalmente hay una crisis y hay que tomar una decisión: sentarse en los asientos de atrás y ser un espectador, ‘pretender’ la experiencia, o continuar en la esperanza de que todo finalmente quedará como estaba. La decisión más trágica es desistir y, al hacerlo, abandonar todas las cosas espirituales como si fueran fraudulentas. Los espectadores se frustran, los pretendientes sufren culpa, los esperanzados son dignos de lástima y los que desisten son una tragedia. No, tales movimientos no son inofensivos”.

Por estas razones los bautistas no hablan en lenguas.

Escrito con algunos datos sacados de un estudio hecho por Don Fanning.

domingo, 30 de noviembre de 2014

El mito del libre albedrío

Casi todo el mundo dice creer en el "libre albedrío". Pero ¿se sabe qué quiere decir eso? Parece que existe bastante superstición en cuanto a ese tema. Se considera que el albedrío es un gran poder del alma humana, que tiene completa libertad para dirigir nuestras vidas. ¿En qué consiste esa supuesta libertad? 

El mito de la libertad circunstancial

Nadie niega que el ser humano tenga albedrío, es decir, la facultad de escoger lo que quiera decir, hacer y pensar. Pero vale la pena reflexionar sobre la miserable debilidad de ese albedrío, pues aunque una persona tenga la capacidad de tomar una decisión, no tiene la aptitud de llevarla a cabo. El albedrío puede trazar un modo de proceder, pero no tiene poder para ejecutar sus intenciones. 

Según una conocida historia bíblica, los hermanos de José lo aborrecían y vendieron como esclavo. Pero Dios se valió de su acción para hacer de José el gobernante sobre ellos. Con sus hechos, se propusieron hacer daño a José, pero Dios dirigió los hechos para el bien de José. "Vosotros pensasteis mal contra mí, mas Dios lo encaminó a bien" (Génesis 50: 20).

¿Acaso no es cierto que muchas de nuestras decisiones fracasan penosamente? Por ejemplo, un individuo decide hacerse millonario, pero la providencia divina lo impide; o decide ser un erudito, pero la mala salud, un hogar inestable o la falta de recursos, frustran su voluntad; decide ir de vacaciones, pero un accidente automovilístico le envía al hospital. 

Decir que el albedrío es libre, es claro que no significa que el albedrío determine el rumbo de la vida de una persona. La persona no escoge la enfermedad, la tristeza, la guerra ni la pobreza que echan a perder su felicidad; tampoco escoge tener enemigos. Si de veras es poderoso el albedrío, ¿por qué no elige que la persona viva para siempre? Los sucesos importantes que moldean la vida, no resultan del albedrío del individuo. No puede escogerse el rango social, la raza ni el grado de inteligencia. 

"El corazón del hombre piensa su camino; mas Jehová endereza sus pasos" (Proverbios 16: 9). En lugar de alabar al albedrío humano, debemos alabar humildemente al Señor, cuyos propósitos determinan nuestras vidas, según confesó el profeta Jeremías: "Conozco, oh Jehová, que el hombre no es señor de su camino, ni del hombre que camina es el ordenar sus pasos" (Jeremías 10: 23).

Cierto es que un hombre puede escoger lo que quiera y puede proyectar lo que desee, pero el albedrío no es libre para lograr ninguna cosa contraria a los propósitos de Dios. Tampoco tiene poder de alcanzar sus metas, sino tan sólo el poder que Dios le conceda. Acordémonos de la parábola de Jesús sobre el rico insensato. El rico dijo: "Esto haré: derribaré mis graneros, y los edificaré mayores, y allí guardaré todos mis frutos y mis bienes… Pero Dios le dijo: Necio, esta noche vienen a pedir tu alma…" (Lucas 12: 18-20). Tenía libertad para pensar, pero no para realizar. Hay peligro de que suceda lo mismo con todos aquellos que se jactan de su propio albedrío. 

El mito de la libertad moral

Se cita al "libre albedrío" como factor importante en las decisiones morales, imaginando que es libre para escoger entre el bien y el mal. De nuevo preguntamos: ¿en qué consiste esa libertad? 

El albedrío es la capacidad del hombre de escoger entre alternativas. Claro que todos nosotros tenemos tal capacidad. Un hombre puede dirigir sus propios pensamientos, palabra y hechos; sus decisiones normalmente no se forman por una fuerza ajena, sino en su interior. Ningún hombre está obligado a actuar en contra de su voluntad ni a decir lo que no quiera, pues el albedrío guía sus acciones. 

No obstante, eso no quiere decir que la decisión está libre de toda influencia. Una persona elige de acuerdo con su entendimiento, sus sentimientos, sus preferencias, sus aversiones y sus apetitos. En efecto, el albedrío no es libre sino esclavo de la naturaleza de la persona. Las elecciones que uno hace no son las que determinan el carácter, sino el carácter es lo que guía nuestra selección. El albedrío se inclina a lo que el hombre conoce, siente, ama y desea. La persona escoge siempre según su temperamento, de conformidad a la condición de su corazón. 

La razón del por qué el albedrío no es libre para hacer lo bueno, radica en que es un siervo del corazón y el corazón es malo. "Vio Jehová que la maldad de los hombres era mucha en la tierra, y que todo designio de los pensamientos del corazón de ellos era de continuo solamente el mal" (Génesis 6: 5). "No hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno" (Romanos 3: 12). No existe ninguna fuerza que obligue al hombre a pecar contra su voluntad, pero los descendientes de Adán son tan malos, que siempre escogen voluntariamente la maldad. 

El entendimiento moldea las decisiones, y la Biblia dice en referencia a todos: "Su necio corazón fue entenebrecido… No hay quien entienda" (Romanos 1: 21; 3: 11). El hombre puede ser justo solamente estando en comunión con Dios, pero "no hay quien busque a Dios" (Romanos 3: 11). Sus apetitos anhelan el pecado y el hombre no puede escoger a Dios. En vista de que el escoger el bien es contrario a su naturaleza, si alguien escogiera obedecer a Dios, se debería a una causa ajena. Sí, tenemos libertad para escoger, pero lo que escojamos depende de los impulsos de nuestra naturaleza pecaminosa. 

Si se pusiese algún trozo de carne y una ensalada de verduras delante de un león hambriento, escogería la carne sin duda, pues su naturaleza leonina determinaría la selección. Lo mismo sucede con el hombre. El albedrío humano podría verse libre de fuerzas ajenas, pero no de las predisposiciones de la naturaleza humana, las cuales están en contra de Dios. La facultad de tomar decisiones es libre para escoger lo que el corazón anhele, pero no lo es para escoger el agradar a Dios sin que haya previamente una obra de la gracia divina en ese corazón. 

Al hablar del "libre albedrío", casi todo el mundo supone que la naturaleza humana es neutral en cuanto al bien y el mal, y que, por tanto, es capaz de escoger entre los dos, pero tal idea es falsa. Tanto el albedrío como la naturaleza humana se encaminan única y continuamente al mal. "¿Mudará el etíope su piel, y el leopardo sus manchas? Así también, ¿podéis vosotros hacer bien, estando habituados a hacer mal?" (Jeremías 13: 23). La necesidad imperiosa de todo hombre es la transformación sobrenatural de su ser. De otra manera, su albedrío permanece esclavizado a escoger el mal. 

El mito de la libertad espiritual

A pesar de lo que hemos visto, algunos insisten en que el albedrío humano hace la elección final entre la vida y la muerte espirituales. Se supone que en este campo, por lo menos, el albedrío es totalmente libre para aceptar o para rechazar la vida eterna ofrecida en Cristo Jesús. Se dice que Dios otorgará una nueva naturaleza a todo aquel que por el poder de su propio "libre albedrío" decida recibir a Jesucristo. 

No cabe duda de que el hecho de recibir a Jesucristo es un acto de la voluntad humana y a menudo eso se llama "la fe". Pero ¿cómo llegan los hombres a recibir voluntariamente al Señor? Se contesta: "por su libre albedrío". Pero ¿cómo puede ser así?

Jesús es Profeta y recibirle es creer todo lo que Él dice. En Juan 8: 41-45, Jesús declara que los inconversos son hijos de Satanás. Este padre malo aborrece la verdad e imparte a su prole el mismo prejuicio. Así es que Jesús dice: "A mí, porque digo la verdad, no me creéis" (Juan 8: 45). ¿Puede el albedrío saltar fuera del ser humano y puede escoger creer lo que la mente aborrece y niega?

Jesús también es Sacerdote y recibirle es abrazarle como tal. En otras palabras, tenemos que depender de Él para que nos obtenga la paz con Dios por medio de Su sacrificio e intercesión. El apóstol Pablo enseña que "los designios de la carne (nuestra naturaleza humana depravada) son enemistad con Dios" (Romanos 8: 7). ¿Cómo, pues, puede el albedrío librarse de una naturaleza que nació siendo tan enemiga de Dios? Sería una locura que el albedrío escogiera la paz mientras todo el ser se inclinara a la rebeldía. 

Además, Cristo es Rey y recibirle es obedecer a todos Sus mandamientos, es confesar su derecho de reinar y es adorar ante Su trono. Pero la mente, las emociones y los deseos humanos gritan a una: "No queremos que éste reine sobre nosotros" (Lucas 19: 14). Si el ser entero aborrece la verdad de Dios, la autoridad de Dios y la paz con Dios, ¿cómo puede el albedrío humano recibir a Jesús? ¿Cómo puede ejercer tal pecador la fe en Él? 

Es la gracia de Dios y no el albedrío del hombre, la que imparte al pecador un corazón nuevo. A menos que Dios cambie el corazón, creando en él un espíritu de paz, verdad y sumisión, el hombre jamás escogerá a Jesucristo y la vida eterna que hay en Él. Es necesario que el hombre reciba un corazón nuevo para poder creer, aun en el asunto de la conversión. De otra manera el albedrío quedará esclavizado a la depravada naturaleza humana. Jesús dijo: "Os es necesario nacer de nuevo" (Juan 3: 7). Si nos falta este nuevo nacimiento, jamás veremos el reino de Dios.

Léase Juan 1: 12-13, donde se afirma que aquellos que creen en Cristo son engendrados, no de la voluntad humana, sino de Dios. El albedrío de un hombre no tuvo nada que ver con su nacimiento natural, y tampoco tiene que ver con el nuevo nacimiento, el espiritual. Debemos dar gracias a nuestro Creador que nos dio la vida natural y "si alguno está en Cristo, nueva criatura es" (2 Corintios 5: 17). ¿Quién escogió ser creado jamás?

Lázaro, cuando yacía en la tumba, no escogió resucitarse, pero cuando Cristo le dio vida, entonces, de su albedrío, obedeció la voz de Cristo y salió de esa tumba (Juan, capítulo 11). De conformidad a esto, el apóstol Pablo dice: "Aun estando nosotros muertos en pecados, (Dios) nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia sois salvos), y juntamente con él nos resucitó" (Efesios 2: 5-6). Ejercer la fe es el primer acto del albedrío hecho nuevo por el Espíritu Santo. Recibir a Cristo es un acto humano igual que respirar, pero un ser humano no puede respirar a menos que Dios le dé primero la vida física, y tampoco puede ejercer la fe a menos que Dios le dé primero vida espiritual. 

Caídos en el pecado, hundidos en la miseria y totalmente sin recursos, ¿qué podemos? El "libre albedrío" humano no nos ofrece ninguna ayuda. Sólo la poderosa gracia de Dios nos ofrece escape. 

Amado lector, arrójate sobre esta gracia, sobre esta misericordia divina, implorando la salvación. Pide a Dios que Su Espíritu de gracia cree en ti un espíritu nuevo, una naturaleza nueva.
Walter Chantry

sábado, 29 de noviembre de 2014

Qué es una Iglesia Reformada

En la actualidad, gracias al Señor, estamos asistiendo a una renovación en el mundo evangélico que se manifiesta en un gran interés por las doctrinas de la Reforma, en particular las referentes a la salvación. Sin embargo, no se puede decir que haya una visión igualmente clara de lo que, teológica e históricamente hablando, significa ser reformado y ser una iglesia reformada. A riesgo de que otros muchos avancen las suyas propias, ofrecemos aquí lo que consideramos las marcas más sobresalientes de lo que verdaderamente es ser una iglesia reformada.


1) Las iglesias reformadas se reclaman de la Reforma protestante del siglo XVI. Esto le podrá parecer a muchos una puerilidad, pero tiene su importancia. Las iglesias reformadas tienen, o bien una continuidad orgánica e histórica que la remontan ininterrumpidamente hasta los días de la Reforma, o bien son iglesias que, por haber asumido lo que ella fue y significa aun hoy, han sido “injertadas” y están unidas espiritualmente a al cuerpo reformado que, aunque originariamente ajeno, ha llegado así a ser el propio.

Dicho de otra manera, las iglesias reformadas no son “modernas”, como actualmente se entiende esta palabra, ni a-históricas. Ellas no se mantienen en el presente como flotando en el aire, sin conexión con el pasado. Ellas contemplan la Reforma de la misma manera que esta hacía con el periodo patrístico, la cual retuvo asimismo del periodo medieval lo que consideraba bíblico y bueno. Del mismo modo, las iglesias reformadas hoy asumen todo lo bíblico y bueno de la larga tradición de dos mil años de la iglesia cristiana. La iglesia reformada está animada por un verdadero espíritu de catolicidad, en el sentido más genuino del término, y no conoce ni “paréntesis” ni “grandes apostasías” por la que la Iglesia de Cristo se volviera como oculta por un periodo indeterminado de siglos.

2) Las iglesias reformadas están sometidas a la autoridad soberana de las Escrituras (Sola Scriptura). Ellas creen y confiesan lo que la Biblia dice de sí misma, a saber, que es la Palabra inspirada por el Espíritu Santo (2 Tim. 3:16; 2 Pe. 1:21) y que, por lo tanto, tiene a Dios por Autor. De esta manera, la autoridad de las Escrituras está por encima de la iglesia y de los creyentes. Ella está por encima de los ministerios de la iglesia, por lo tanto, del “Magisterio”. Ella también está por encima de toda opinión y enseñanza habida en la iglesia en el pasado (tradición) o en la actualidad. No son las declaraciones oficiales de la iglesia lo que dan validez y autoridad a lo enseñado por la Escritura. Lo contrario es la verdad: la Escritura es la que confirma, o invalida, lo que los creyentes y las iglesias han afirmado acerca de la doctrina cristiana, incluso en sus reuniones oficiales (sínodos o concilios).

Casi todos los evangélicos actualmente adherirán, al menos formalmente, con estas palabras. Pero la autoridad soberana de las Escrituras, a la que los reformados estamos adheridos, también está por encima del consenso actual de entre los cristianos, puesto que la verdad de la Palabra no es lo que todos, o más bien la gran mayoría de los cristianos actualmente crean y practiquen en la actualidad, sino lo que realmente enseña la Escritura. Se puede así dar el caso de que hoy día estemos casi universalmente en el error en determinadas cuestiones, y no por ello se afectaría para nada a la verdad de la Escritura. “Sea Dios veraz, y todo hombre mentiroso” (Rom. 3:4). Asimismo, la autoridad soberana de las Escritura está en contra de la división de la iglesia en toda opinión y doctrina particular (principio de las denominaciones) como si todas fueran igualmente válidas.

3) Las iglesias reformadas mantienen la importancia de la Confesión de Fe. Las iglesias del tiempo de la Reforma casi inmediatamente se dotaron de confesiones que expresaran con claridad y precisión su fe. De ahí precisamente que nos llamemos protestantes. Las confesiones de fe no se consideraban como “rivales” a la autoridad de la Escritura, sino que se formulaban precisamente a causa de la autoridad de la misma: la autoridad y la verdad de la Escritura reclama que su enseñanza sea expresada sin ambigüedades y de manera valiente. Que el creyente confiese su fe es una idea perfectamente bíblica (2 Cor. 4:13).

En las iglesias de la Reforma, las confesiones de fe siguen manteniendo un valor normativo. Este no está considerado como igual al de las Escrituras, sino es derivado y subordinado de ellas. Pero la autoridad de las Escrituras realmente no admite una situación de facto, revestida con el tiempo de jure, a saber, el pluralismo doctrinal entre sus ministros y miembros. La iglesia, a lo largo de la Historia, ha confesado de manera clara su fe. Cierto que estas confesiones pueden estar equivocadas, pero mientras esto no se demuestre y no se declare de manera igualmente oficial, las confesiones de fe mantienen un valor y una autoridad, aunque subordinada y dependiente de las Escrituras. El mal del liberalismo protestante procede, principalmente, es la pérdida de este principio confesional original de la Reforma.

4) Las iglesias reformadas están firmemente adheridas a la soberanía de Dios. En todos los aspectos de la realidad, ya sea en cuanto a la providencia o en cuanto a la salvación, Dios es realmente soberano por encima de todas sus criaturas. Dios es conocido, creído y adorado por los creyentes reformados como un Dios absolutamente soberano, puesto que Él se nos revela así en las Escrituras. La relación de Dios con el universo creado se establece a partir del plan eterno o Decreto de Dios, por el cual Él decidió inmutablemente todo lo que acontece en la realidad. El mundo no tiene un funcionamiento independiente ni autónomo a la voluntad de Dios. Dios ha creado, mantiene y dirige todas las cosas para Su gloria, y la salvación y la condenación de los pecadores serán en función del propósito eterno de Dios.

La fe en la soberanía de Dios, y de manera especial en el terreno de la salvación, es lo que ha conducido a la iglesia y a los creyentes reformados a creer y confesar a lo largo de los siglos las doctrinas de la gracia de Dios. Estos fueron resumidos de manera sintética en el Sínodo de Dordt, y es lo que actualmente se conoce como los “cinco puntos del calvinismo” (expresión que, personalmente, me desagrada profundamente, puesto que estas doctrinas no fueron ni son la “propiedad” de Calvino, sino que es el legado de la Iglesia Reformada, quien, al menos originalmente, rechazó ponerse bajo la denominación de personas particulares, manteniendo siempre su carácter eclesial… pero bueno, al menos, así son conocidas actualmente). Una iglesia reformada que contradiga estas doctrinas de la gracia y de la soberanía de Dios en la salvación es una contradicción en los términos.

5. Las iglesias reformadas creen y viven plenamente en el Pacto de Gracia. Las iglesias y creyentes reformados creen que la gracia por la que son salvos es recibida gracias al Pacto de Gracia con Dios y a través del mismo. Este pacto tiene sus raíces en la eternidad, en el Pacto de salvación entre las personas de la Trinidad, particularmente entre el Padre y el Hijo, para la salvación de los escogidos de Dios (Pacto de la Redención). En la Historia, este pacto es el que une a los creyentes y a sus hijos con Dios y Sus promesas de salvación. Este Pacto de Gracia en la Biblia es el que Dios estableció con Abraham y del que los creyentes somos los herederos. Este Pacto fue cumplido plenamente por Cristo. De esta manera, Antiguo y Nuevo Testamentos están unidos por el mismo y único Pacto.

6. La iglesia reformada tiene una muy alta estima de la Ley de Dios. La Reforma del siglo XVI se centró en la gracia y en la justificación por la fe, pero ella también ofreció importantes enseñanzas en cuanto a la Ley de Dios. Ella describió claramente su función de mostrar a los hombres sus pecados, para que vayan a Cristo y confíen en Él para salvación (Gál. 3:19,22-24). También ella reconoció que la Ley contenía grandes enseñanzas en sus ceremonias y observancias en cuanto a la salvación que el Cristo tenía que realizar; si bien, una vez que Él cumplió la salvación, muriendo el sacrificio por los pecados en la cruz y resucitando de los muertos, estas ceremonias no tienen que ser más observadas, puesto que han sido ya cumplidas totalmente por Cristo. También la Reforma reconoció que las leyes civiles del Antiguo Testamento, aunque no han de ser observadas formal y literalmente, sí que contienen la equidad que es normativa para todas las naciones y pueblos de la tierra. La ley moral de Dios, de la que los Diez Mandamientos es un compendio, es la expresión permanente e invariable para todos los hombres, de todas las naciones, sean o no creyentes, la infracción de los cuales es siempre pecado.

La alta estima de la Reforma por la Ley de Dios es lo que hizo que se realzara el valor normativo de esta para la vida de los creyentes (compárese el detalladísimo estudio de la Ley de Dios en el Catecismo Mayor de Westminster). La Reforma produjo que los creyentes vivieran vidas bíblicas, conforme a las normas de la Palabra de Dios. Una de las piedras de toque de esto siempre ha sido la observancia seria del Domingo como Día de reposo y Día del Señor. Realmente, que haya creyentes e iglesias que se consideren reformados y que vivan vidas sin la ley de Dios (Antinomianismo), vidas según los estándares presentes en el mundo (secularismo ateo o papismo), y que, es más, se escandalicen cuando se les presenta la exigencia de conformar nuestras vidas con las normas de la Palabra, es una tremenda contradicción y un sin sentido.

7. Las iglesias reformadas valorizan las vocaciones seculares del creyente. La Reforma acabó con el monasticismo como ideal de vida y santidad cristiana. En su lugar, estableció que el cristiano ha de buscar glorificar a Dios en sus vocaciones seculares. Los creyentes se aplicaban a los trabajos no como a una maldición, no como a un fastidio o tedio (tal como normalmente se ha hecho en los países de tradición papista), sino como a algo ilusionante en lo que uno ha de intentar dar lo mejor de sí, hasta en los empleos más humildes. El resultado del trabajo no se dilapidaba en fiestas, en excesos y pompas del mundo, sino que primeramente se ofrendaban a Dios (diezmos y ofrendas) y luego se empleaban en el mantenimiento de la familia. Esta, en la Reforma, tiene un lugar central, no en un sentido extenso, tribal, sino nuclear, siguiendo la norma de Dios original en Génesis (2:24). En ella se mantienen los roles bíblicos del padre como cabeza de familia, y la sumisión de los hijos a los padres. El resultado de todo ello fue un estilo de vida característico y la creación, en los lugares donde llegó a triunfar la Reforma, de una cultura característicamente protestante, marcada por el respeto a la ley, la laboriosidad, la austeridad, pero también la ilusión de vivir y finalmente la prosperidad de unas familias tremendamente sólidas, familias en el Pacto de la Gracia y que guardan las normas de la Palabra de Dios. La insistencia de la Reforma en la vocación secular de los cristianos llevó a cuestionar las reuniones o cultos diarios, característicos de la tradición papista. Salvo excepciones, el funcionamiento normal en las iglesias de la Reforma es encontrar sólo un momento para reunirse entre semana (ya sea para reuniones de oración o de estudio bíblico). Pero la falta de reuniones diarias no creó en la Reforma un vacío espiritual. En su lugar, la Reforma concibió que los cultos diarios sean familiares. Al principio, esta práctica fue consistente, pero con el tiempo se ha llegado a olvidar casi por completo, con el resultado, por ejemplo, de que los hijos de los creyentes, en el mejor de los casos, apenas reciban una hora de instrucción bíblica a la semana (en la iglesia) mientras que son atiborrados de horas de estudio y de formación en la escuela. No es de extrañar, pues, que el mundo nos haya ido arrebatando las mentes y corazones de nuestros hijos y que haya ido laminando, así, nuestras iglesias. Recuperar el enfoque bíblico y reformado para los asuntos de esta vida, y en particular para nuestras familias, es sin duda una de las mayores necesidades del día de hoy.

8. La iglesia reformada está constituida en torno a los ministerios de la iglesia. Si bien hay tradiciones evangélicas que dependen fundamentalmente de su rechazo a la idea del ministerio del pastor en la iglesia (particularmente, hablamos del darbismo), la iglesia verdaderamente reformada siempre ha reconocido como esencial para la iglesia la existencia de un ministerio de predicación y enseñanza legítimamente constituido. Es la consecuencia lógica de su insistencia en la autoridad suprema de la Escritura y aun del papel concedido a la confesión de fe. El ministerio de predicación y enseñanza deja de ser visto (como a menudo lo es) como algo secundario (y esto, en el caso de haberlo), sino que se pone al frente mismo de la vida de la iglesia. Por su importancia, no ha de ser repartido de manera igualitaria y democrática entre todos los miembros de la iglesia, mujeres incluido, sino que la figura del pastor tiene un lugar específico, por el hecho de ser él quien imparte lo que es la savia y el corazón mismo de la vida espiritual de la iglesia.

Pero la Reforma no concibió nunca el ministerio de enseñanza como una primacía en solitario en la cúspide de la iglesia. Ella puso igualmente en relieve la enseñanza bíblica acerca de los ministerios de la iglesia, subrayando los que en ella son permanentes por mandato apostólico: los ancianos gobernantes y los diáconos. Las iglesias verdaderamente reformadas nunca se han considerado “completas” hasta contar con el órgano de gobierno en el que los tres ministerios (el de pastor o anciano docente, el de anciano gobernante y el de diácono) estén presentes y funcionando conjuntamente en el gobierno de la iglesia (en nuestra terminología en español, el Consejo de la iglesia). Uno de los mayores empeños de los misioneros, o de los pastores en iglesias pequeñas, ha de ser la de llegar a establecer el debido Consejo de iglesia, formando debidamente a los ancianos y diáconos para que la congregación pueda permanecer por generaciones (tal como es la voluntad de Dios en el Pacto de Gracia).

9. La iglesia verdaderamente reformada tiene una adoración regulada por la Palabra de Dios. En la Reforma, la adoración a Dios es concebida como uno de los asuntos de mayor importancia en la iglesia. Como hemos dicho, Dios es conocido y adorado como un Dios soberano; las expresiones de amor a Dios nunca dan pie para la falta de reverencia o de respeto ante Su presencia o en las formas en las que se le da culto. La adoración a Dios es el terreno propio y particular de Dios y Él ha revelado en Su Palabra la manera cómo quiere ser adorado. El segundo mandamiento del Decálogo prohíbe toda invención humana que Dios no haya ordenado en Su Palabra. El culto reformado es sencillo y sobrio, reverente y bíblico, y en él la Palabra de Dios, leída y predicada, tiene un lugar central e insustituible. De hecho, todo el culto reformado transcurre como la respuesta de los hombres a la Palabra que Dios les dirige a cada momento del culto.

Históricamente, el canto de Salmos es una marca del culto público reformado. Dejando de lado la cuestión de la salmodia exclusiva, se puede decir que el canto de Salmos siempre ha tenido un lugar central, un lugar por excelencia en el culto reformado. Por tanto, es bastante sorprendente que el mundo reformado hoy haya dejado de lado casi completamente el canto de Salmos, de manera que actualmente se tiene que ir reintroduciendo como una novedad. Asimismo, es bastante llamativo ver iglesias reformadas que tienen una forma de dar culto público más bien de tipo carismático, de manera que uno se pregunte que qué fue del carácter eminentemente bíblico y reverente del culto reformado. No se trata, como a veces se dice, que el “fondo” siga siendo reformado aunque las formas sean “carismáticas”. Lo contrario es cierto, y por lo tanto es cuestión de tiempo que la iglesia se manifieste plenamente como tal.

10. Por último, la iglesia reformada se caracteriza por promover la unidad de la iglesia visible. Las iglesias locales que abrazaron la Reforma en el s. XVI estuvieron animadas desde el inicio mismo por el ánimo de buscar y promover la unidad visible de la iglesia. Todo lo que hemos estado viendo hasta el momento (las nueve marcas anteriores) no fueron las características de iglesias aisladas, aquí y allá, sino que fueron las marcas características de todo el movimiento reformado en todo lugar. Las iglesias estuvieron unidas por estructuras estables de comunión, y no sólo de comunión, sino de gobierno en común. Algunas iglesias nacionales mantuvieron el sistema de gobierno episcopal. Pero la mayoría de las iglesias reformadas adoptaron el sistema presbítero-sinodal, que no era más que la continuación del sistema conciliar de la iglesia durante el periodo patrístico. Y que, en realidad, es el sistema bíblico.

Realmente, el congregacionalismo y el independentismo a ultranza no fueron marcas características de la Reforma, y no se introdujeron en ella hasta bien entrado el siglo XVII. La Reforma del siglo XVI miraría extrañada a una iglesia que, celosa de guardar su independencia, no buscara integrarse en un cuerpo eclesiástico que guarde la misma doctrina, gobierno y adoración que ella misma.

Hasta aquí, pues, las marcas que personalmente me parecen más sobresalientes de lo que es ser una iglesia verdaderamente reformada. Tal vez haya más. Pero con estas marcas tenemos materia suficiente, si queremos aplicarnos a la gran tarea de trabajar para ver una nueva Reforma en nuestros días.

Jorge Ruiz. Pastor de la Iglesia Cristiana Presbiteriana en Miranda de Ebro, España.

viernes, 28 de noviembre de 2014

Infralapsarianismo y Supralapsarianismo

“¿O no tiene potestad el alfarero sobre el barro, para hacer de la misma masa un vaso para honra y otro para deshonra?” (Romanos 9:21).

por Phillip R. Johnson.

Esta página considera cuatro formas principales de ordenar los elementos soteriológicos del decreto eterno de Dios – con un enfoque particular en la diferencia entre el supralapsarianismo y el infralapsarianismo. He resumido las diferencias en una comparación paralela abajo. Las notas explicativas le siguen.

Resumen de Puntos de Vista

Supralapsarianismo

Infralapsarianismo

Amyraldismo

Arminianismo

Supralapsarianismo

1. Elegir a algunos, condenar al resto

2. Crear

3. Permitir la Caída

4. Proveer la salvación para los elegidos

5. Llamar a los elegidos a la salvación

Infralapsarianismo

1. Crear

2. Permitir la Caída

3. Elegir a algunos, dejar a los demás

4. Proveer la salvación para los elegidos

5. Llamar a los elegidos a la salvación

Amyraldismo

1. Crear

2. Permitir la Caída

3. Proveer la salvación suficiente para todos

4. Elegir a algunos, dejar al resto

5. Llamar a los elegidos a la salvación

Arminianismo

1. Crear

2. Permitir la Caída

3. Proveer salvación para todos

4. Llamar a la salvación

5. Elegir a todos los que creen

La distinción entre infralapsarianismo y supralapsarianismo tiene que ver con el orden lógico de los decretos eternos de Dios y no el tiempo de la elección. Ningún lado sugiere que el elegido fue escogido después de que Adán pecó. Dios hizo su elección antes de la fundación del mundo (Efes. 1:4) – mucho antes de que Adán pecase. Ambos infras y supras (y aún muchos Arminianos) están de acuerdo en esto.

EL SUPRALAPSARIANISMO es la perspectiva de que Dios, contemplando al hombre aun no caído, escogió a algunos para recibir vida eterna y rechazar a todos los demás. Así es que un supralapsariano diría que el reprobado (no-elegido) – las vasijas de ira preparadas para destrucción (Rom. 9:22) – fue primero ordenado para ese papel, y luego los medios por los cuales este cayó en pecado fueron ordenados. En otras palabras, el supralapsarianismo sugiere que el decreto de la elección de Dios lógicamente precede a Su decreto de permitir la caída de Adán – a fin de que su condenación sea ante todo un acto de la soberanía divina, y sólo subordinadamente un acto de justicia divina.

El Supralapsarianismo es algunas veces equivocadamente igualado con la “doble predestinación.” El término “doble predestinación” mismo es a menudo usado en una forma engañosa y ambigua. Algunos lo usan para decir nada más que la perspectiva de que el destino eterno de tanto el elegido como del reprobado está decidido por el decreto eterno de Dios. En ese sentido del término, todos los calvinistas genuinos sostienen una “doble predestinación” – y el hecho de que el destino del reprobado esté eternamente decidido es claramente una doctrina bíblica (cf. 1 Pedro 2:8; Romanos 9:22; Judas 4). Pero más a menudo, la expresión “doble predestinación” es utilizada como un término peyorativo para describir la perspectiva de aquellos que sugieren que Dios es tan activo en mantener al reprobado fuera del cielo como El lo está al llevar dentro al elegido. (Hay una forma aun más siniestra de “doble predestinación,” lo cual sugiere que Dios es tan activo en hacer al reprobado tan malo como El lo está al santificar al elegido.)

Esta perspectiva (de que Dios está tan activo en condenar al no-elegido como lo está al redimir al elegido) es mas adecuadamente llamada “Igualdad final” (cf. R.C. Sproul, Cosen by God, 142). Es de hecho una forma de hyper-Calvinismo y no tiene nada que ver con el calvinismo verdadero e histórico. Sin embargo quien sostiene tal perspectiva también sostendrá el esquema supralapsariano, la perspectiva misma no es una ramificación necesaria del supralapsarianismo.

El Supralapsarianismo es también algunas veces erróneamente igualado con el hiper-calvinismo. Todos los hyper-Calvinistas son supralapsarianos, sin embargo no todos los supras son hiper-calvinistas.

El Supralapsarianismo es algunas veces llamado calvinismo “elevado”, y sus adherentes más extremos tienden a rechazar la noción de que Dios tiene algún grado de buena voluntad sincera o de compasión significativa hacia el no-elegido. Históricamente, una minoría de calvinistas ha sostenido esta perspectiva.

Pero el comentario de Boettner de que “no hay más de un calvinista entre cien que sostenga la perspectiva del supralapsariano,” es sin duda una exageración. Y en la década pasada o poco más, la perspectiva del supralapsariano parece haber ganado popularidad.

EL INFRALAPSARIANISMO (también conocido algunas veces como “sublapsarianismo”) sugiere que el decreto de Dios de permitir la caída lógicamente precede a Su decreto de elección. Así es que cuando Dios escogió al elegido y pasó por alto al no-elegido, El los contemplaba como criaturas caídas.

Estas son las dos principales perspectivas Calvinistas. Bajo el esquema del supralapsariano, Dios primero rechaza al reprobado fuera de Su soberano deleite bueno; luego El decreta el medio de su condenación a través de la caída. En el orden del infralapsariano, el no-elegido es primero visto como criaturas caídas, y está condenado solamente por su pecado. Los Infralapsarianos tienden a hacer énfasis en el “pasar por alto” de Dios del no-elegido (la preterición) en Su decreto de elección.

Robert Reymond, el mismo un supralapsariano, propone el siguiente perfeccionamiento de la perspectiva del supralapsariano:

Supralapsarianismo Modificado de Reymond

Elegir a algunos hombres pecadores, reprobar al resto.

Aplicar los beneficios redentores a los elegidos.

Proveer la salvación para los elegidos.

Permitir la Caída.

Crear

Note que además de reordenar los decretos, la perspectiva de Reymond deliberadamente enfatiza que en el decreto de elección y reprobación, Dios contempla a los hombres como pecadores. Reymond escribe: “En este esquema, a diferencia del anterior [el orden-supra clásico], Dios es representado tan discriminativo entre hombres vistos como pecadores y no entre hombres vistos simplemente como hombres. (Vea a Robert Reymond, Systematic Theology of the Christian Faith,489). El refinamiento de Reymond evita la crítica más comúnmente igualada en contra del supralapsarianismo – que el supralapsariano tiene a Dios condenando a hombres a la perdición antes de que El aun los contemple como pecadores. Pero la perspectiva de Reymond también deja sin responder la pregunta de cómo y por qué Dios considera a todos los hombres como pecadores aun antes de que estuviese determinado que la raza humana caería. (Algunos aun podría sostener la opinión de que los refinamientos de Reymond dan como resultado una posición que, en cuanto que la distinción crucial esté afectada, es implícitamente infralapsariana.)

Todo los principales Credos Reformados tampoco son explícitamente infralapsarianos, o si no cuidadosamente evitan un lenguaje que favorezca cualquier perspectiva. Ningún credo principal toma la supra-posición. (Todo este asunto fue apasionadamente discutido a todo lo largo de la Asamblea Westminster. William Twisse, un presidente y supralapsariano ardiente de la Asamblea, hábilmente defendió su perspectiva. Pero la Asamblea optó por un lenguaje que claramente favorece la posición infra, pero sin el supralapsarianismo condenatorio.)

“Bavinck ha señalado que ‘la presentación del supralapsariano no ha sido incorporada en una sola Confesión Reformada’ sino que lo infra-posición ha recibido un lugar oficial en las Confesiones de las iglesias” (Berkouwer, Divine Election, 259).

El debate de los dos puntos de vista (en su Teología Sistemática) de Louis Berkhof es de ayuda, aunque él parece favorecer el supralapsarianismo. Tomo lo posición Infra, como lo hace Turretin, la mayoría de los teólogos de Princeton, y la mayor parte de los líderes del Westminster Seminary (e.g., John Murray). Estos asuntos estaban en el corazón de la controversia de la “gracia común” en el primera parte del Siglo Veinte. Herman Hoeksema y aquellos que le siguieron tomó una posición supralapsariana tan rígida que finalmente negaron el mismo concepto de la gracia común.

Finalmente, vea la gráfica (arriba), la cual compara estos dos puntos de vista con el Amyraldismo (un tipo de calvinismo de cuatro puntos) y el Arminianismo. Mis notas en cada perspectiva (debajo) identifican a algunos de los defensores principales de cada perspectiva.

NOTAS SOBRE EL ORDEN DE LOS DECRETOS
© 1994, 1997, 2000 por Phillip R. Johnson

Supralapsarianismo

Beza mantuvo esta perspectiva. Aunque a él a menudo se le acredita el formular la posición del supralapsariano, él no lo hizo.

Otros proponentes históricos incluyen a Gomarus, Twisse, Perkins, Voetus, Witsius, y Comrie.

Louis Berkhof ve un valor en ambos puntos de vista, pero parece inclinarse ligeramente por el supralapsarianismo (Teología Sistemática, 120-25).

Karl Barth sintió que el supralapsarianismo era casi más correcto que el infralapsarianismo.

La Teología sistemática de la Fe Cristiana de Robert Reymond toma la perspectiva del supralapsariano e incluye una larga defensa del supralapsarianismo.

Turretin dice que el supralapsarianismo es “más rudo y menos adecuado” que el infralapsarianismo. Él cree que “no parece estar suficientemente de acuerdo con la bondad inefable de Dios” (Elenctic Theology, vol. 1, 418).

Herman Hoeksema y el liderazgo entero de las Iglesias del Protestantes Reformadas (incluyendo a Homer Hoeksema, Herman Hanko, y David Engelsma) son supralapsarianos categóricos – a menudo argumentando tanto implícitamente y explícitamente que el supralapsarianismo es elúnico esquema lógicamente coherente. Esta presunción claramente contribuye al rechazo del rechazo de la PRC sobre la gracia común.

De hecho, las mismas discusiones usadas a favor del Supralapsarianismo han sido utilizadas en contra de la gracia común. Así es que el supralapsarianismo puede tener en ello una tendencia que es hostil a la idea de gracia común. (Es un hecho que virtualmente quienes niegan la “gracia común” son supralapsarianos.)

El Supralapsarianismo es la posición de todos los que se mantienen firmes en el tipo más rudo de “doble predestinación”.

Es difícil de encontrar a los exponentes del supralapsarianismo entre los teólogos sistemáticos principales. Pero la ola entre algunos de los autores más modernos puede estar repintando hacia la perspectiva Supra. Berkhof tuvo simpatía a la perspectiva; Reymond expresamente lo defiende.

A R.. Webb dice que el supralapsarianismo es: “aborrecible para la metafísica, para las éticas, y para las Escrituras. No es propuesto en ningún credo Calvinista y puede ser cargado a la cuenta de sólo en algunos extremistas (Christian Salvation,16). Mientras tengo simpatía para las infra-convicciones de Webb, pienso que él exagera un tanto el caso en contra del supralapsarianismo. [Webb es un presbiteriano sureño del siglo 19.]

Infralapsarianism

Esta perspectiva es también llamada “sublapsarianismo”.

Juan Calvino dijo algunas cosas que parecen indicar que él habría simpatizado con esta perspectiva, aunque el debate no ocurrió durante su vida (vea Calvinismo de Calvino,. Trad. Henry Cole, 89ff; También a William Cunningham, Los Reformadores y la Teología de la Reforma, 364ff)

G. T. Shedd, Charles Hodge, L. Boettner, y Anthony Hoekema mantuvieron esta perspectiva.

Tanto R. L. Dabney como William Cunningham se inclinan decididamente a esta perspectiva pero se resisten a sostener el punto. Creen que todo el debate va más allá de la Escritura y es por consiguiente innecesario. Dabney, por ejemplo, dice “ésta es una pregunta que nunca debió haber surgido” (Teología Sistemática, 233). Twisse, el supralapsariano, virtualmente esta de acuerdo con esto. Él llamó la diferencia “meramente un apogeo logicus, un punto de lógica. Y ¿no es una por mera locura hacer una brecha de unidad o amor en la iglesia simplemente sobre un punto de lógica?” (Citado en Cunningham, Los Reformadores, 363). G.C. Berkouwer también está de acuerdo: “No enfrentamos aquí a una controversia que le debe su existencia a una violación de los linderos establecidos por la revelación”. Berkouwer se pregunta si estamos “obedeciendo la enseñanza de la Escritura si nos rehusamos a hacer una elección en este punto” (Divine Election, 254-55).

Thornwell no está de acuerdo que el asunto esté sujeto a discusión. Él dice que el asunto “requiere algo más que una pregunta de método lógico. Es realmente una cuestión de significado moral más alto. . . . La condena y la horca son partes del mismo proceso, pero es algo más que una pregunta de arreglo ya sea que un hombre estará colgado antes de que él sea condenado” (Collenting Writings, 2:20). Thornwell es vehementemente infralapsariano.

El Infralapsarianismo fue afirmado por el sínodo de Dort pero sólo se sobreentendió en los estándares de Westminster. Twisse, un supralapsariano, fue el primer presidente de la Westminster Assembly, lo cual evidentemente decidió el curso más sabio que fue ignorar la controversia totalmente (aunque la inclinación de la Westminster fue discutiblemente infralapsariano). La Confesión de Westminster, por consiguiente, junto con la mayor parte de los Credos Reformados, implícitamente afirmaron lo que el Sínodo de Utrecht (1905) más tarde explícitamente declararía: “Que nuestras confesiones, ciertamente con relación a la doctrina de la elección, siguen la presentación infralapsariana, pero ésta no implica en absoluto dar a entender una excepción o una condenación de la presentación del supralapsariano”.

Amyraldismo

Amyraldismo (es la ortografía favorcida, noAmyraldIANismo).

Amyraldismo es la doctrina formulada por Moise Amyraut, un teólogo francés de la escuela Saumur. (Esta misma escuela engendró otra gran cantidad de desviación irritante de ortodoxia Reformada: La perspectiva de Placaeus implicando la imputación mediata de la culpabilidad de Adán).

Haciendo el decreto para expiar el pecado de manera lógica antecediendo al decreto de la elección, Amyraut podría mirar la expiación tan hipotéticamente universal, pero eficaz para el elegido. Por eso la perspectiva es algunas veces llamada “universalismo hipotético”.

El puritano Richard Baxter aceptó esta perspectiva, o alguna muy cercana a ello. Él parece haber sido el único líder Puritano principal que no fue un calvinista minucioso. Algunos disputarían si Baxter fue un Amyraldiano verdadero. (Vea, e.g. George Smeaton, The Apostles’ Doctrine of the Atonement [Edinburgh : Banner Of Truth, 1991 Reprint], Apéndice, 542.) Pero Baxter pareció considerarse a sí mismo como un Amyraldiano.

Ésta es una forma sofisticada de formular el “calvinismo de los cuatro puntos,” mientras todavía dan razón de un decreto eterno de elección.

Pero el Amyraldism no debería ser comparado con todas las marcas del así llamado “calvinismo de los cuatro puntos”. En mi experiencia, los así mismos llamados de “los cuatro puntos” son incapaces de articular alguna explicación coherente de cómo la expiación puede ser universal pero la elección incondicional. Así que no quiero glorificar su posición llamándola Amyraldismo. (¡Esto sería como comprometer la doctrina de la soberanía divina como Moise Amyraut! La mayoría de los que se llaman de los cuatro puntos, son en realidad cripto-arminianos.)

A. H.Strong mantuvo esta perspectiva (Teología Sistemática, 778). Él la llamó (incorrectamente) “sublapsarianismo”.

Henry Thiessen, evidentemente siguiendo a Strong, también etiquetó incorrectamente esta perspectiva como “sublapsarianismo” (y la contrastó con el “infralapsarianismo”) en la edición original de su Lectures on Systematic Theology (343). Su debate en esta edición es muy confuso y patentemente equivocado por puntos. En las ediciones posteriores de su libro esta sección fue completamente re-escrita.

Arminianismo

Henry Thiessen argumentó a favor de esencialmente de esta perspectiva en la edición original de su Teología Sistemática. La edición revisada ya no defiende explícitamente este orden de los decretos, pero el Arminianismo fundamental de Thiessen es aún claramente evidente.

La mayoría de los teólogos Arminianos se rehúsan a ocuparse del decreto eterno de Dios, y los Arminianos extremos aun niegan el mismo concepto de un decreto eterno. Aquellos que reconocen el decreto divino, sin embargo, deben terminar haciendo de la elección dependiente de la respuesta del creyente al llamado del evangelio. Ciertamente, éste es el quid entero de Arminianismo.