jueves, 3 de octubre de 2013
No toquen al Ungido
“No toques al ungido de Dios”
Ésta es una frase que se oye a menudo para
señalar el respeto que debemos mostrar a nuestros
pastores y la obediencia incondicional que debemos
brindarles. Si es cierto que el pastor ha sido ungido por
Dios para el ministerio, este texto bíblico significa que los
pastores son literalmente intocables. Oponernos a ellos, o
criticarlos, viene a ser entonces un pecado muy grave, y
someternos a ellos la única actitud legítima. Y lo que vale
para pastores, vale también para otros líderes,
especialmente profetas. Si son ungidos de Dios, ¿quién se
atrevería a tocarlos?
¿Pero será eso lo que significa esta frase
bíblicamente? Para interpretarla bien, tenemos que
“escudriñar las Escrituras” con lupa para entender
correctamente su sentido y no malinterpretarla.
Todos sabemos que “un texto sin su contexto es
un pretexto”, es un texto que se está manipulando con otros
fines que una genuina fidelidad a la Palabra de Dios. Tal es
el caso con esta frase, que viene de una historia muy
interesante. El joven David era un fugitivo del rey Saúl,
quien lo buscaba para matarlo. En cierto momento, Saúl se
durmió en una cueva sin saber que más adentro estaba
David con sus hombres (I Sam 24:3). ¡Toda una
oportunidad dorada que Dios le está dando a David! Sus
hombres, muy espiritualmente, le dijeron a David que ése
era el día que Dios le había prometido cuando dijo, “He aquí
que entrego a tu enemigo en tu mano, y harás con él como
te pareciere”.
Pero sorprendentemente, David no mató al dormido
Rey sino sólo “calladamente cortó la orilla del manto” de
Saul para mostrar que le había salvado la vida a su propio
enemigo. Entonces David dijo a sus hombres, “Jehová me
guarde de hacer tal cosa contra mi señor, el ungido de
Jehová, que yo extienda mi mano contra él; porque él es el
ungido de Jehová” (I Sam 24:6,10). Más adelante, cuando
le llega otra oportunidad de matar a Saúl, David dice,
“¿quién extenderá su mano contra el ungido de Jehová y
será inocente?” (26:9,11,16,23; II Samuel 1:14; los reyes de
Israel no fueron coronados sino ungidos, por lo que se
conocían como ungidos).
Entonces, ¿qué significa esta frase para nosotros
hoy? ¡Muy sencillo! Los cristianos no debemos “echar
mano” físicamente a nuestros pastores, mucho menos
matarlos. Sacarle más que eso de la frase, es manipular el
texto y abusar de la Palabra de Dios.
La misma frase aparece en Salmo 105:15: “No
toquéis, dijo, a mis ungidos, ni hagaís mal a mis profetas”.
Aquí se refiere a los profetas y se prohibe hacerles
violencia física. Los verdaderos profetas no eran nada
populares con los poderosos, porque su mensaje era duro,
y muchos murieron violentamente (cf. I Reyes 19:10,14).
Por eso Jesús denunció a los líderes judíos como “hijos de
aquellos que mataron a los profetas” (Mat 23:31), y
exclamó, “Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y
apedreas a los que te son enviados” (23:37). A los
perseguidos por causa del evangelio, Jesús les acordó que
“así persiguieron a los profetas que fueron antes de
vosotros” (Mat. 5:11-12).
Entonces, pues, ¿qué significa esta frase en Salmo
105:15? ¡Muy sencillo! Que no debemos hacer violencia
física contra los profetas de Dios, mucho menos matarlos.
Todo esto no tiene que ver con nada más que la
violencia física y para nada prohibe la crítica responsable o
el dudar sanamente de pastores, profetas y otros líderes.
No significa en absoluto que ellos sean intocables, a
quienes hemos de rendir una obediencia ciega. No son
Dios, ni dictadores, sino siervos del Señor, del evangelio y
del rebaño. La citada frase sólo se refiere a la violencia
física, no a alguna especie de autoridad al estilo del papa
en Roma. Tal clericalismo autoritario es totalmente anti-
bíblico y anti-pastoral. Criticar sanamente a los líderes no
es un pecado sino un deber en Cristo de todo cristiano y
cristiana.
De hecho, según el Nuevo Testamento, todo creyente
es un “ungido de Dios”, porque todos tenemos la unción del
Espíritu Santo (I Juan 2:20,27; I Corintios 1:21-22).
Precisamente eso es el sentido del día del Pentecostés. Por
eso, Pablo exige que cuando alguien profetiza en la
congregación, “que los demás juzguen” (I Cor 14:29).
También, a los tesalonicenses, con referencia específica al
don profético, les exhorta no apagar al Espíritu ni
menospreciar las profecías, pero eso sí, “Examinadlo todo
(¡incluso a los pastores y profetas!) y retened lo bueno” (y
criticar, en amor, lo malo; 1a Tesalonicenses 5:19-21).
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